En estos días se han sucedido cientos de muestras de reconocimiento a Eugenio Nasarre, tras su repentino e inesperado fallecimiento.
Eugenio tuvo una vida extraordinariamente fructífera en el campo de la comunicación, de la educación y de la política en general, y su vinculación con la Fundación Pablo VI comenzó tempranamente, durante su propia formación, pues fue graduado en Periodismo por la Escuela de Periodismo de la Iglesia creada por el cardenal Herrera Oria. Pertenecía al Cuerpo Superior de Administradores Civiles del Estado. Entre otras muchas cosas, fue director general de RTVE, director general de Asuntos Religiosos en el Ministerio de Justicia, Subsecretario de Cultura y secretario general de Educación y Formación Profesional, además de diputado a las Cortes Generales durante casi una veintena de años. Pero, en paralelo a la política, trabajó incansablemente en favor de una sana sociedad civil promotora de los valores europeos -era vicepresidente del Consejo Federal Español del Movimiento Europeo- y de la Iglesia, absolutamente persuadido de las bondades del humanismo cristiano.
En este sentido, comparto las palabras que Javier Rupérez le dedicó hace unos días al decir que las convicciones más profundas de Eugenio Nasarre estaban en el Evangelio y en Europa.
Fue fundador de la Unión Católica Internacional de Periodistas de España, miembro histórico de la Asociación Católica de Propagandistas y colaborador permanente de la Fundación Pablo VI. Aquí, en la Fundación, son muchas las brillantes intervenciones que nos ha dejado; decía recientemente, en el primer encuentro del Comité de Dirección del Seminario Permanente sobre Europa que ésta no podía entenderse sin sus orígenes: tras la II Guerra Mundial hubo un clima que decía que Europa no podía caminar hacia el suicidio y, con el empuje de una serie de personajes, con diferentes perfiles, se inició un proceso de unificación que tiene en su base una profunda dimensión moral; y un proyecto de paz, no a cualquier precio, basado en la libertad, el imperio de la ley, con una economía basada en la iniciativa personal y bajo el principio de solidaridad. Hoy -concluía-, este proyecto “sigue siendo real y vigente, pero debemos cuidarlo activamente”.
Eugenio, gran admirador del papa Pablo VI y defensor de la necesidad de un verdadero diálogo, fue siempre una muestra de integridad y de coherencia, y ejemplar a la hora de hacer una buena política destinada a esa expresión que en tantas ocasiones puso en su boca: bien común.
Leía hace poco a Rafael Narbona que una “buena persona es un milagro irrepetible”. He tenido la suerte de compartir muchos ratos con Eugenio Nasarre, una magnífica persona, un milagro irrepetible. DEP.
Jesús Avezuela
Director General de la Fundación Pablo VI