Hemos celebrado estos días atrás la Semana Santa que es, en muchas de las ciudades y pueblos de España, el gran acontecimiento religioso del año y la mayor experiencia de fe y cultura en la calle. En unos lugares, con más bullicio y manifestaciones de fe exteriorizadas, como ocurre en el sur de España; y, en otros, con mayor austeridad y recogimiento interior, como puede ser Castilla y León y aquellas regiones del tercio norte de la península. En todo caso, independientemente del estilo y de la cultura propias, son formas de celebración y vivencia de la fe en el seno de la Iglesia católica.
Se suele debatir mucho sobre el significado y verdad de esta eclosión de religiosidad popular y del verdadero sentido de fe (o no) de muchos de los cofrades y hermanos que integran la Semana Santa. Cada año abundan las declaraciones verbales o escritas, en redes y en medios de comunicación, que cuestionan la autenticidad de estas manifestaciones de fe y que tienen la clara intención de alejar estas celebraciones del factor religioso. En mi opinión, es un debate un tanto infructuoso. En el seno de todo ello pueden convivir muchas sensibilidades y, por supuesto, en la Semana Santa tiene cabida todo el mundo. Pero, lo bien cierto e irrefutable, es que la Semana Santa es la conmemoración de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo en la que se da testimonio y se pone de manifiesto una experiencia o una forma de entender la vida, desde una identidad cristiana que nos es común.
No podemos, ni debemos olvidar la enorme labor social que desempeñan Cofradías y Hermandades durante todo el año. Ahora bien, el hecho de que estas Hermandades y Cofradías incardinen adicionalmente esos elementos sociales junto con otros muchos artísticos o culturales, no puede en ningún caso eliminar o desplazar el elemento religioso, que es el central de estas celebraciones.
Es absolutamente legítimo, después de muchos meses trabajando para estos días, pretender el lucimiento por las calles engalanadas y reclamar el aplauso del pueblo y de sus turistas; y no hay que despreciar que la Iglesia también se beneficia de todo ello a la vista del potencial económico que supone. Pero en ningún caso se debe olvidar su esencia religiosa.
Este año he tenido la fortuna de dar el Pregón de la Semana Santa de Plasencia y allí manifesté que este Triduo es, ante todo, una experiencia del dolor que se pone de manifiesto en la historia que cada año recordamos y que es también nuestra historia, la de cada uno de nosotros. En ese sentido, dice el sacerdote y divulgador José Miguel García Pérez que el sufrimiento y el dolor desvelan “el verdadero sentido de la vida de Jesús, su verdadera misión. Desde los inicios, los primeros cristianos consideraron los sufrimientos y la muerte de Jesús como la razón de su existencia (…) hablaban de estos acontecimientos con conmoción y gratitud y los anunciaron a todos los hombres”. Y desde ahí, el concepto de Resurrección tiene un evidente e intenso poder para transformar vidas y ofrecer esperanza, inspirando y brindando a las personas la oportunidad de superar sus circunstancias y transformar sus vidas con un sentido de propósito renovado en la vida.
La lluvia ha impedido este año esos enfáticos y espectaculares momentos de procesiones maravillosas y excelsas, pero ha estado presente lo fundamental, el recuerdo de eso que se calificó como la historia de Amor más grande jamás contada: esto es lo que debe predominar sobre cualquier otro aspecto de naturaleza más insustancial.
Jesús Avezuela
Director General de la Fundación Pablo VI