Han transcurrido dos semanas desde que una de las mayores catástrofes naturales de este siglo en Europa, con una tragedia humana de muertos y desaparecidos inigualable, se hiciera presente. Es justificable que, al menos en un instante inicial, todos hayamos caído en la tentación de buscar todo tipo de culpables. La desesperación, la incomunicación, la sensación de abandono y desamparo, el llanto desgarrado por la pérdida de tus seres queridos, la aniquilación de tu casa, de tus pertenencias y recuerdos, la incertidumbre y la impotencia explican muchas de las reacciones que hemos visto estos días en los pueblos valencianos y algunos castellanos afectados por la Dana.
Pero no podemos ser abatidos por estos sentimientos concluyendo que España es un Estado fallido. Es cierto que estos últimos quince días hemos visto como, lamentablemente, los políticos han entrado en el otro barro y han querido esconder, unos y otros, sus vergüenzas porque seguro que se han cometido graves errores, y que ha habido descoordinación y que, cuando pase todo, habrá que investigar con profundidad todo lo ocurrido y, por supuesto, depurar hasta el final responsabilidades. Ahora bien, el Estado, en su más amplio sentido, está respondiendo a la reconstrucción de una zona devastada y no puedo compartir en absoluto, aunque la rabia esté a flor de piel, que nos encontramos ante un país tercermundista. Flaco favor ofrece el alarido de no pocos seudocomunicadores o tertulianos agoreros preocupados de hacer política incluso en estas trágicas circunstancias. Y, al margen de los errores que seguramente se habrán cometido, no podemos tampoco olvidar que la vida conlleva imponderables muy nefastos que son muy superiores a la vulnerabilidad del ser humano, aunque ello nos cueste mucho entenderlo.
Por todo eso, no podemos dejar de confiar en el Estado -entendiendo por ello a todas las administraciones territoriales que lo integran-, en sus instituciones y en servicios públicos como el ejército o en las fuerzas y cuerpos de seguridad que en los momentos más complicados siempre han vencido las adversidades. Lamentablemente no podremos recuperar a quienes han perdido la vida, pero estoy seguro de que pondremos todo nuestro empeño y fuerza en ayudar, animar, acompañar y rescatar la vida de los que todavía hoy tienen motivos para seguir adelante. Y cuando me refiero al Estado no lo estoy reduciendo a su estructura institucional u organizativa. Es también su sociedad civil. Y en este sentido, es admirable la ciudadanía de este país que nos ha emocionado a todos al ver, día tras día, esas imágenes de voluntarios que se disponían, desde primera hora, a ayudar, auxiliar o acoger a sus vecinos del otro lado del cauce del río; o de esos de centros logísticos que, por toda España, han sido desbordados de alimentos gracias a la infinita solidaridad de los españoles. Debemos sentirnos muy orgullosos de nuestro país y, aunque todavía, más de dos semanas después, nos encontremos comprensiblemente invadidos de sentimientos de impotencia, por todo lo ocurrido y por la desgracia que ha traído esta maldita Dana, no debemos perder la confianza en un Estado que, tanto en su vertiente pública como privada, va a seguir respondiendo, pese al pesimismo que nos quieran trasladar algunos. Como dije hace unos días en un artículo publicado en la revista Vida Nueva, cuanto más unidos estemos, más fuertes seremos para superar esta fatalidad. No solo los que nacimos en Valencia, sino todos los españoles estamos siendo estos días valencianos.
Jesús Avezuela