14/01/2025
Foro de Encuentros Interdisciplinares con la presencia de Paolo Benanti.
Legislar sobre la eutanasia: la banalización del final de la vida por el juego político partidista
Con 175 votos a favor (PSOE, Unidos Podemos-En Comú Podem-En Marea, Esquerra Republicana, Grupo Parlamentario Vasco, 14 del Grupo Mixto), 136 en contra (PP y 4 del Grupo Mixto) y 32 abstenciones (Ciudadanos), el Congreso de los Diputados de España aprobó el pasado jueves 10 de mayo la toma en consideración de la proposición de ley del parlamento de Cataluña, de reforma de la ley orgánica 10/1995, de 23 de noviembre, del código penal, de despenalización de la eutanasia y la ayuda al suicidio.
Cuanto menos resulta pintoresco que el mismo parlamento que votó la independencia de España envíe un texto de estas características a la cámara baja española…
Otras iniciativas legislativas sobre eutanasia
Días antes, el PSOE había presentado en el registro del Congreso una proposición de ley orgánica de regulación de la eutanasia.
Recordemos que el PSOE había presentado en enero del año pasado una proposición de ley reguladora de los derechos de la persona ante el proceso final de la vida, admitida a trámite por la Mesa de la Cámara el 17 de febrero de 2017. En ella no se hablaba para nada de la eutanasia y del suicidio médicamente asistido, aunque sí se señalaba la prioridad de ofrecer en todo el territorio unos cuidados paliativos de calidad.
Unos días antes, el Grupo Parlamentario Unidos Podemos-En Comú Podem-En Marea había presentado una proposición de ley orgánica sobre la eutanasia, que fue rechazada por el Pleno del Congreso, en su sesión del 27 de marzo de 2017. El PP votó en contra, y PSOE y Ciudadanos se abstuvieron. Un texto idéntico al ahora presentado por el PSOE, si me apuran de mejor factura; en sustancia con el mismo objetivo que la proposición catalana ahora aprobada para su tramitación.
Ciudadanos, por su parte, también presentó su propia proposición de ley de derechos y garantías de la dignidad de la persona ante el proceso final de su vida. Lo hizo el día 2 de diciembre de 2016.
En fin, confieso que me pierdo con las iniciativas legislativas presentadas en los últimos años sobre el final de la vida y me declaro incapaz de seguirlas y analizarlas con la minuciosidad que debería, creo que son 16. Eso sí, he llegado a una clara conclusión: resulta aterradora la banalización de asunto tan principal que está provocando el juego político partidista.
Por otra parte, resulta curioso el uso que los partidos de la izquierda hacen de la palabra consenso, porque cuando ese consenso es “provida” no resulta válido y hay que atacarlo una y otra vez, pero sí resulta válido y hay que respetarlo cuando es “pro choice” (por el derecho a elegir).
54.000 enfermos terminales sin atención especializada
La otra idea que tengo también bien clara es que la eutanasia no es una asignatura pendiente ni una demanda de la sociedad española. La gente lo que tiene miedo es a morir con dolor, a que no se le controlen los síntomas refractarios, a la fría soledad de un servicio de cuidados intensivos, a morir sin el consuelo de una mano amiga… La línea a seguir son las instrucciones previas y la extensión y dignificación de los cuidados paliativos, transmitiendo, como ha sucedido en Francia, tranquilidad a los profesionales médicos y al conjunto de los españoles acerca de cuáles son las buenas prácticas clínicas (limitación o adecuación del esfuerzo terapéutico, rechazo del tratamiento, sedación paliativa y sedación terminal), en línea con los dictámenes de la Organización Médica Colegial y la Sociedad Española de Cuidados Paliativos (SECPAL).
La confusión existente en torno a este debate viene motivado única y exclusivamente por el tratamiento político y periodístico que se le da, mezclando constantemente conceptos tales como cuidados paliativos, sedación terminal y eutanasia, y no por el análisis médico, bioético y jurídico que del mismo se viene haciendo.
En reiteradas ocasiones la SECPAL ha denunciado la agónica situación de los cuidados paliativos en nuestro país. Según sus cálculos, cada año hay 54.000 enfermos que no reciben atención especializada alguna al final de la vida, a pesar de necesitarla. Sus estimaciones van más allá: no hay equipos para llegar al medio rural y la mitad de los centros sociosanitarios y residencias no ofrecen este servicio. ¿Es razonable en estas circunstancias abrir la vía a la eutanasia y el suicidio médicamente asistido?
Además, cuando vemos la enorme presión asistencial a la que han de hacer frente los médicos de nuestro país en la actualidad, ¿puede alguien explicarme de dónde van a sacar tiempo para todo el proceso asistencial y burocrático que, por ejemplo, la proposición de ley socialista esboza? Me temo que se va a ir “a prisa y corriendo” y esto no es una buena noticia, en absoluto.
Los riesgos de una norma que permita matar
Termino subrayando que el no a la eutanasia no es cosa solo de católicos, ni mucho menos, no hace falta más que ver qué países la tienen hoy aceptada. Estamos hablando de cuestiones muy profundas, muy sensibles, en donde no están en juego tan solo los derechos individuales sino también la integridad del acervo ético común de la Humanidad.
A este respeto, recordemos las palabras de esos dos gigantes de la Bioética que son T. Beauchamp y J. Childress: “El problema es que aceptar una práctica habitual o una norma que permita matar puede dar lugar a abusos y, ponderando, puede causar más perjuicios que beneficios. No es que los abusos se vayan a producir inmediatamente, pero sí irán aumentando con el paso del tiempo (…) Las reglas de nuestro código moral que nos impiden causar la muerte a otra persona no son fragmentos aislados. Son hilos en el tapiz de reglas que defienden el respeto por la vida humana. Cuantos más hilos retiremos, más débil será el tapiz. Si analizamos no sólo la modificación de las reglas, sino también la modificación de las actitudes veremos que los cambios en la normativa pública también pueden debilitar la actitud general de respeto por la vida humana. Las prohibiciones suelen tener importancia práctica y simbólica, y retirarlas puede debilitar una serie de hábitos, limitaciones y actitudes irremplazables” (Principios de ética biomédica, pp. 217-219).
Probablemente ambos autores tenían en mente las tesis que Peter Singer, H. T. Engelhartd y algunos otros venían formulando desde hacía un tiempo. Así, por ejemplo, este último escribió ya hace tiempo: “Las personas gravemente seniles y los retrasados mentales profundos no son personas en este sentido tan importante y decisivo. Tampoco lo son quienes padecen graves lesiones cerebrales (…) El riesgo de envejecer con la única perspectiva de encontrarse física y mentalmente disminuido quizá sea más de lo que pueda soportar la sociedad secular en general o la persona en particular. En el futuro será cada vez mayor el riesgo, puesto que serán más las personas que vivan por encima de los ochenta y cinco años, no ya de sufrir los achaques menores de la edad, sino de pasar meses, incluso años, necesitando asistencia generalizada, riesgo que se evitaría si se permitiese a las personas ordenar que se les diese muerte sin dolor en ciertas circunstancias previamente especificadas. Las personas no temerían envejecer hasta el extremo de que la vida se convierta en una indignidad para ellos mismos y en una carga para los demás. Sería una forma de actuar, que no solamente eliminaría este temor, sino que liberaría recursos para el cuidado de la salud y aumentaría el placer de la vida, mientras pudiera vivirse satisfactoriamente” (Los fundamentos de la bioética, pp. 257 y 393-394).
José Ramón Amor Pan
Coordinador del Observatorio de Bioética
y Ciencia de la Fundación Pablo VI