Tres de los más importantes fabricantes de automóviles alemanes están siendo muy criticados estos días tras saberse que financiaron experimentos en los que se usaban humanos y monos para tratar de demostrar que las emisiones de los motores diésel no son dañinas para la salud. Casi a la vez, la Administración de Alimentos y Medicamentos de EE.UU. (FDA son sus siglas en inglés) anunciaba la suspensión de otro experimento en el que se utilizaban primates no humanos para estudiar la adicción a la nicotina.
Estos casos ponen de manifiesto las dificultades éticas que existen a la hora de abordar las investigaciones con animales, en una sociedad en la que la preocupación por el bienestar animal es cada vez mayor. Mientras, se produce más conocimiento técnico-científico que no siempre redunda en un beneficio real para una mejor asistencia sanitaria; y también se produce más desigualdad entre seres humanos: con ocasión de la celebración el 4 de febrero de 2018 del Día Mundial del Cáncer se hizo público que un número significativo de ciudadanos de nuestro país necesitaban ayudas de diversas ONG para poder seguir su tratamiento del cáncer, porque el sistema sanitario proporciona los fármacos pero hay toda una serie de circunstancias que acompañan la vida del enfermo y que el sistema no atiende o atiende mal.
El 12 de abril de 1955 el gobierno de Estados Unidos autorizó la utilización sistemática de la Vacuna Salk para la poliomielitis marcándose en ese momento un hito en la atención sanitaria de la Humanidad.
A principios de los años 1960 yo era un niño de la generación baby boom. Mis padres, tíos y primos mayores no recibieron la vacuna de la poliomielitis. Mi hermana y yo sí la recibimos. En mi colegio un compañero de pupitre tenía unos extraños aparatos en las piernas, como barras articuladas que le permitían andar y hasta jugar de portero en el recreo. El me enseñó un libro con la foto de J. Salk.
Dejé de ver a mi compañero cuando entré en la Facultad de Medicina y solo una vez, mucho tiempo después, le vi casualmente en un centro comercial caminando con los mismos aparatos articulados pero, como yo, envejecido.
Desde hace años, en mi medio profesional y académico (hospitales universitarios) escucho aleccionar a los estudiantes del área de las Ciencias de la Salud sobre la trascendencia de la investigación. He oído y leído en medios de comunicación que lo prioritario es “la investigación que genere patentes”. Pero muy poco o nada acerca de los aspectos humanísticos y relacionales del ejercicio profesional, de la fragilidad del paciente oncológico, de la indispensable humildad.
El filósofo Theodor Adorno reflexionaba en su Mínima Moralia[1], al final de la Segunda Guerra Mundial, sobre la “Ciencia melancólica”, aquella que confunde fines con medios y relega la rectitud moral como elemento fundamental de la misma. Personalmente pienso que en la actualidad estamos en las mismas.
En plena guerra fría la poliomielitis se consideraba el problema de salud pública más importante en los Estados Unidos. EL Dr. Jonas Salk (microbiólogo de la Universidad de Pittsburg) aceptó la propuesta de la Fundación Nacional para la Parálisis Infantil de buscar un remedio para esta terrible enfermedad y con frecuencia antes de entrar en el laboratorio visitaba hospitales con niños en pulmones de acero o con rehabilitación por la poliomielitis. En abril de 1955 se anunció que la vacuna era segura y eficaz. Cuando le preguntaron en una entrevista quién poseía la patente de la vacuna, Salk respondió: "No hay patente. ¿Se puede patentar el sol?". Salk renunció a los derechos sobre su vacuna para que llegase a toda la Humanidad[2].
Salk escribió varios libros, el último de ellos en 1981 con su hijo antropólogo Jonathan Salk, titulado Población Mundial y Valores Humanos: una nueva realidad[3]. Fue un libro premonitorio ya que anticipaba que, finalmente, la clave de la ciencia y de la medicina es la moralidad, la legitimidad, la reconciliación y el equilibrio para evitar una ciencia y una medicina melancólicas… ¿Lo saben los gestores de nuestro sistema sanitario? ¿Y los responsables de la formación de los futuros médicos? ¿No habría que buscar con urgencia un equilibrio entre tecnología sanitaria y acompañamiento humano a nuestros enfermos? ¿Realmente se hace investigación por el bienestar de la Humanidad o por puro interés crematístico? Preguntas todas ellas que no debieran quedar sin contestar.
Francisco Javier Barón Duarte
Servicio de Oncología
Complejo Hospitalario Universitario de A Coruña
[1] Theodor W. Adorno (2010), Minima moralia. Reflexiones desde la vida dañada. Akal.
[2] Charlotte DeCroes Jacobs (2015), Jonas Salk: A life. Oxford University Press.
[3] Jonas Salk and Jonathan Salk (1981), World Population and human values: a new reality. Harper & Row.