Al momento de ponerme a escribir estas líneas sobre Bioética, me han venido al pensamiento aquellas primeras líneas de George Berkeley, en su obra Tratado sobre los principios del conocimiento humano, cuando decía que, al pensar en los muchos autores insignes y extraordinarios que le habían precedido en la tarea de comprender el conocimiento humano, veo lo difícil y desalentador que mi intento podría parecer.
Pues bien, mi particular ‘intento’ no pasa de ser una breve reflexión acerca de porqué la Fundación Pablo VI ha iniciado una andadura y ha optado por poner su grano de arena en esta materia.
Analizado en el horizonte temporal de la humanidad, en muy pocos años se ha producido un extraordinario avance social determinado, principalmente, por el ámbito de las tecnologías y de la ciencia, lo que deriva en los más variados retos para afrontar, por ejemplo, una regulación en el actual escenario vital. Ello obliga, entre otros, a reflexionar sobre los avances y dilemas a los que tiene que enfrentarse la sociedad; al impacto que el nuevo escenario tiene en ella y a la posición que, a mi juicio, deberían adoptar los poderes públicos y las autoridades para ayudar a estructurar adecuadamente, pero sobre todo en garantía de la persona, a esta civilización tecnológica.
Por citar sólo algunos ejemplos, recuérdense las declaraciones del médico italiano Severino Antinori sobre la implantación a una paciente suya en Dubai de un clon humano, planteándolo en términos jurídicos como el derecho de la reproducción a nuestra propia imagen o el derecho de devolver a unos padres un hijo muy parecido al que perdieron. A este respecto decía el científico español Francisco Ayala que se puede llegar a clonar órganos humanos pero no se puede clonar a una persona que ha estado, más allá de lo genético, influida por su entorno, por sus experiencias, por sus metapensamientos.
Otro ejemplo es la llamada criopreservación respecto de la cual hace no mucho tiempo un Tribunal, en Londres, resolvió a favor de una niña de 14 años, enferma terminal de cáncer, que había solicitado de la justicia que su cuerpo fuese criogenizado. La pequeña declaró al juez que, dado que su enfermedad no tenía hoy cura ni tratamiento, quería tener la oportunidad de ser despertada, incluso dentro de cientos de años, cuando en el futuro pudieran encontrar fármaco exitoso para su enfermedad y entonces despertar (“este es mi deseo”, declaró ante el Tribunal).
Y avances igualmente en materias de índole tecnológico. Hemos introducido ya con absoluta normalidad en nuestras vidas Internet, móviles, tabletas y otros muchos dispositivos de alta tecnología, redes sociales o las miles de aplicaciones que empleamos en nuestro día a día, u otras cuestiones en proceso como big data, la nube o la digitalización, los Smart contracts y las Smart cities, el dinero electrónico, la robótica y la inteligencia artificial, por ejemplo.
A mi juicio, con todo ello, tenemos un evidente privilegio: ser testigos de estar viviendo un progreso científico y tecnológico inimaginable y a la vez vertiginoso, como diría, Alvin Toffler en su obra “El shock del futuro”. Pero, al mismo tiempo, tenemos la responsabilidad, cada uno desde su particular atalaya o desde instituciones, y este es el objetivo que se ha propuesto con este observatorio la Fundación Pablo VI, de velar porque ese ritmo enormemente acelerado en la tecnología (y en la ciencia) no vaya consumiendo o esquilmando los valores humanos, culturales y éticos de nuestra sociedad y de la persona en particular.
Por eso, como decía hace unos meses con motivo de una conferencia en la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación al hilo del reto del Derecho actual, cuando Arnold Tonynbee sostiene que una civilización nace de una respuesta victoriosa a un reto, el reto en este caso de la Fundación Pablo VI es ir dando respuestas victoriosas para el ser humano en esta nueva civilización científica y tecnológica en la que ya nos encontramos inmersos.
Jesús Avezuela Cárcel
Director General de la Fundación Pablo VI