Siempre me gustó mucho esta imagen para visibilizar la esencia de la Bioética. Me parece potente, muy creativa y significativa, fácilmente inteligible para todo el mundo. Cualquiera percibe que los puentes son importantes porque vencen el aislamiento, sirven a la comunicación entre las personas, son motores del desarrollo material, social, cultural y espiritual de los pueblos. Por esta razón la Humanidad entera se ha esforzado a través de los tiempos en construirlos, cada vez más hermosos, colosales y atrevidos. Magnífico exponente de lo que Ciencia y Tecnología pueden hacer cuando están orientadas claramente al servicio del bien.
“Bioética Puente” es la expresión abreviada para la visión de las cosas que tenía Van Rensselaer Potter (1911-2001), sin duda el “padre” de la Bioética, cuando en 1970 publicó su primer artículo sobre esta materia[1]. Había nacido una nueva disciplina. Nuestro hombre consideraba la Bioética como una nueva disciplina que forjaría una unión entre Ciencias y Humanidades o, con mayor precisión, un puente entre las Ciencias Biológicas y la Ética. Al año siguiente profundizó más en sus ideas y explicó que la Bioética era también un puente hacia un futuro en paz, ecológicamente sostenible y socialmente equitativo[2].
Potter consideraba que la supervivencia de la especie humana en una civilización decente y sostenible requería del desarrollo y el mantenimiento de un sistema ético compartido por todos, basado en intuiciones y razonamientos no abstractos sino fundamentados en el conocimiento empírico proveniente de todas las Ciencias, pero en especial de las Ciencias Biológicas. Se trataba de preservar a la Humanidad de su propia destrucción por el incremento de población y el exceso de consumo de recursos no renovables y el consiguiente deterioro medioambiental.
“Es urgente para la supervivencia del ser humano y para implementar la calidad de vida una nueva visión que proporcione el conocimiento acerca de cómo usar el conocimiento (...) Un instinto de supervivencia no es suficiente. Nosotros necesitamos desarrollar la ciencia de la supervivencia, y ésta debe comenzar con una nueva clase de ética –la bioética-. La nueva ética podría denominarse ética interdisciplinar, definiendo interdisciplinariedad de manera que incluya las ciencias y las humanidades (...) Espero hacer comprensible mi propio punto de vista de que la bioética debería intentar integrar los principios reduccionistas y mecanicistas con los principios holísticos. Es más, la bioética debería examinar la naturaleza del conocimiento humano y sus limitaciones porque, en mi opinión, es en esta área donde permanece el último resto de vitalismo. La bioética debería desarrollar una comprensión realista del conocimiento biológico y de sus limitaciones en orden a elaborar recomendaciones en el campo de las políticas públicas”[3].
Nuestro futuro común. Necesidad de repensar la idea de progreso
Potter era Doctor en Bioquímica y estaba dedicado de lleno a la investigación oncológica y la docencia como director del McArdle Laboratory Department of Oncology de la University of Visconsin Medical School: la Bioética, por consiguiente, no es una creación de los filósofos ni de los teólogos, menos aún de los juristas, sino que nace como una necesidad sentida desde dentro de la propia Biomedicina. Importantísimo retener este dato para renovar y fortalecer el interés por la Bioética, hoy más urgente y necesaria que nunca. Potter considera que debemos repensar la racionalidad científico-técnica y la idea de un progreso irreversible e ilimitado: así debemos hacerlo ahora, imperativamente, en los tiempos de la pandemia COVID-19 y cuando el cambio climático está más cerca que nunca.
Ya en 1962, cuando fue invitado a exponer como exalumno en la Universidad del Estado de Dakota del Sur con ocasión de una importante efeméride, si bien era conocido por sus investigaciones sobre el cáncer y todos los asistentes esperaban una conferencia sobre los avances en Oncología, Potter dedicó su conferencia a reflexionar sobre esas ideas. Lo que le interesaba era el cuestionamiento de la idea de progreso culturalmente vigente desde hacía tiempo, atisbar hacia dónde estaban llevando a la Humanidad todos los avances científicos y la tecnológicos. ¿Qué tipo de futuro tiene por delante la Humanidad?
El objetivo, pues, consistía en examinar nuestras ideas competitivas sobre el progreso. Así, el título de la conferencia fue "Un Puente Hacia el Futuro, el Concepto de Progreso Humano"[4]. Nuestro hombre consideraba que el crecimiento de los dos últimos siglos no había significado un verdadero progreso integral y una mejora de la calidad de vida, y en cambio estaba ocasionado serios problemas medioambientales y de equidad en la distribución de recursos.
Los científicos deben dejar de fingir que creen en una investigación neutra y en que sólo sus aplicaciones pueden ser calificadas como buenas o malas: hay mucha tela que cortar a la hora de definir los objetivos y las prioridades a las que deberían dedicarse la investigación científica y los recursos a ella dedicados. Las opciones y las consideraciones de carácter ético deben anteceder a la investigación científica. No resulta aceptable la idea de que la sociedad deba ir a rastras del cambio tecnológico.
Sólo el concepto científico/filosófico de progreso que pone énfasis en la sabiduría de gran alcance es el tipo de progreso que puede llevar a la supervivencia y al florecimiento del ser humano, señalaba el bioquímico estadounidense.
Me vienen a la memoria estas otras palabras de san Juan Pablo II pronunciadas en 1984 con ocasión del centenario de la muerte del padre de la Genética, el sacerdote agustino Gregorio Mendel: “¿Tendrá el ser humano la capacidad de utilizar las maravillosas conquistas de esta rama de la ciencia, iniciada en el huertecito de Brno, al servicio exclusivo del ser humano? (…) El ser humano comienza hoy a tener en sus manos el poder de controlar la propia evolución. La mesura y los efectos, buenos o no, de este control dependerán no tanto de su ciencia sino más bien de su sabiduría. Ciencia y sabiduría que están armonizadas de modo casi emblemático en Gregorio Mendel”[5].
No se trata de rechazar la racionalidad técnico-científica ni el papel de los mercados, por supuesto que no: tan sólo se pretende situarlos en el nivel que les corresponde. La idea central es bien simple: la racionalidad técnico-científica y la racionalidad empresarial deben convivir con el resto de racionalidades y tener claro que son un instrumento al servicio de los fines y valores que contribuyan a realzar la dignidad de todos y cada uno de los seres humanos, presentes y futuros, en un medioambiente sostenible. Resulta insensato volver al discurso que afirma que la ciencia, la técnica y el mercado pueden resolver por sí solos todos nuestros problemas y proporcionarnos una vida mejor.
Aunque ha pasado casi medio siglo desde que Jürgen Habermas escribiera Ciencia y tecnología como ideología (año 1968), sigue siendo una lectura obligada para quien esté preocupado por el devenir de la Humanidad. Este texto, breve pero potente, nació en aquellos días en los que se agitaban rosas y se buscaba la paz, añorando una alternativa a la unidimensionalidad del ser humano que denunciara Marcuse. Los numerosos paralelismos con nuestros días sorprenden a cualquiera que se acerque a este texto.
Recordemos que, por estas mismas fechas, concretamente en 1972, aparecía también el famoso informe Los límites del crecimiento, elaborado por científicos del prestigioso Instituto Tecnológico de Massachussets para el Club de Roma. Su tesis es bien conocida: si las actuales tendencias de crecimiento de la población mundial, industrialización, contaminación, producción de alimentos y explotación de recursos naturales continua sin modificaciones, los límites del crecimiento en nuestro planeta se alcanzarán en algún momento dentro de los próximos cien años. La Tierra es finita, tanto para proveer ese flujo de materiales y energía como para absorber la contaminación y los residuos concomitantes.
Podemos decir, pues, que Potter forma parte de toda una serie de grandes pensadores que, frente a la mentalidad científico-técnica que comenzaba a dominar el panorama social y cultural, se cuestionan la neutralidad y aun la bondad axiológica a priori de la tecnología; consideran que el cambio social no debe ir a rastras del cambio tecnológico y apelan, en definitiva, a un discernimiento para ver qué tipo de progreso contribuye realmente a la felicidad del ser humano[6].
La cuestión ecológica entra de lleno en la Bioética desde su inicio: se busca un progreso más sano, más humano, más social, más integral, liberación del paradigma tecnocrático, ideas todas ellas presentes también en la Doctrina Social de la Iglesia, de la que la encíclica Laudato si’ forma parte importante.
Una Bioética militante
Otro rasgo que quiero destacar es que para Potter la Bioética no es un ejercicio retórico o una realidad meramente académica, una simple especulación abstracta y sin incidencias en la vida diaria de las personas y los pueblos, sino que la vive como una auténtica misión, como una vocación, como una actividad destinada a transformar la realidad. Una realidad que, de otra manera, está abocada al fracaso.
Esa, creo yo, fue la gran intuición potteriana y su rico legado a la Humanidad. Que se vivió, qué duda cabe, en la primera generación de bioeticistas. Pero que está adormilada -por decirlo suavemente- en quienes hemos recogido el testigo por ellos entregado: ¡debemos recuperar la fuerza y el entusiasmo del amor primero!
Todo un cambio de paradigma, una nueva manera de asomarse a los problemas morales en el ámbito de la vida. Hay que preguntarse hacia dónde vamos y asir con decisión los mandos de la nave Tierra. Acorde con este carácter escatológico y hasta cierto punto profético, Potter finaliza su libro con lo que denomina Credo Bioético Personal[7]:
- Acto de fe: Acepto la necesidad de tomar medidas inmediatas en un mundo acosado por múltiples crisis.
Compromiso: Trabajaré con otros para promover la formulación de mis creencias, para desarrollar credos adicionales y para unir en un movimiento mundial que haga posible la supervivencia y la implementación del desarrollo de la especie humana en armonía con el medioambiente natural.
- Acto de fe: Acepto el hecho de que la supervivencia y el desarrollo futuros de la humanidad, tanto cultural como biológico, están fuertemente condicionados por los planes y actividades actuales del ser humano.
Compromiso: Intentaré vivir mi propia vida e influenciar las vidas de los demás en orden a promover la evolución hacia un mundo mejor para las generaciones futuras de la humanidad, e intentaré evitar las acciones que pudieran poner en peligro su futuro.
- Acto de fe: Acepto la unicidad de cada individuo y su instintiva necesidad para contribuir al mejoramiento del conjunto de la sociedad de un modo que sea compatible con las necesidades a largo plazo de la sociedad.
Compromiso: Intentaré oír el punto de vista razonado de los demás tanto si son minoría como si son mayoría, y reconoceré el papel de las emociones en orden a producir acciones efectivas.
- Acto de fe: Acepto la inevitabilidad de algún sufrimiento humano que resulta del desorden natural existente en las criaturas biológicas y en el mundo físico, pero no acepto pasivamente el sufrimiento que resulta de la inhumanidad del hombre respecto al propio hombre.
Compromiso: Intentaré resolver mis propios problemas con dignidad y coraje, e intentaré ayudar a mis prójimos cuando ellos estén afligidos, e intentaré trabajar con la finalidad de eliminar el sufrimiento innecesario que exista en medio de la humanidad considerada como una unidad.
- Acto de fe: Acepto el final de la muerte como una parte necesaria de la vida. Afirmo mi veneración por la vida, mi creencia en la fraternidad humana y en que yo tengo obligaciones respecto a las generaciones futuras.
Compromiso: Intentaré vivir de una manera que sea beneficiosa para la vida de mis prójimos ahora y en el tiempo venidero y así ser recordado favorablemente por esos que me sobrevivan.
Este artículo se publica con ocasión del quinto aniversario de la Laudato Si’, la encíclica sobre el cuidado de nuestra casa común dada a conocer por el papa Francisco unos meses antes de la Cumbre Mundial sobre el Clima de París (diciembre 2015). Mi intención es mostrar cómo este texto del magisterio de la Iglesia Católica se alinea perfectamente con las intuiciones que dieron origen a la Bioética y que conforman uno de los grandes ejes temáticos de nuestra disciplina.
Una alineación no solo en cuanto a contenidos y objetivos, también en todo lo que se refiere al espíritu último, pues tanto Potter como Francisco apelan al cambio de mentalidad como única vía para impulsar la transformación que el mundo necesita en esta hora de su historia. Efectivamente, el papa Francisco nos dice que “la crisis ecológica es un llamado a una profunda conversión interior” (LS 217), que “debemos hacer la experiencia de una conversión, de un cambio del corazón” (LS 218), que “la conversión ecológica que se requiere para crear un dinamismo de cambio duradero es también una conversión comunitaria” (LS 219).
También implica, escribe el papa Francisco, “la amorosa conciencia de no estar desconectados de las demás criaturas, de formar con los demás seres del universo una preciosa comunión universal” (LS 220) e invita a todos los cristianos “a explicitar esta dimensión de su conversión, permitiendo que la fuerza y la luz de la gracia recibida se explayen también en su relación con las demás criaturas y con el mundo que los rodea, y provoque esa sublime fraternidad con todo lo creado que tan luminosamente vivió san Francisco de Asís” (LS 221).
Bioética Global: el cuidado de la casa común
No me gustan los adjetivos aplicados al sustantivo para definir nuestra disciplina. Comprendo que la Bioética se configuró en muchos ámbitos como una simple Ética médica renovada, preocupada fundamentalmente por la relación médico-paciente y los derechos que emanan de la autonomía de éste, dejando de lado la cuestión ecológica y todo lo que tiene que ver con la justicia social. Es cierto.
Como también lo es que para evitarlo Potter acuñó una nueva denominación, “Bioética Global”, para insistir en que debemos considerar el significado original de la Bioética, entendiéndola como la reflexión moral acerca de las cuestiones biomédicas, la crisis ecológica y la distribución de recursos. Los bioeticistas están obligados a considerar no sólo las decisiones cotidianas sino también las consecuencias a largo plazo de las acciones que recomendaron o que dejaron de considerar.
Así, Bioética Global es el título del libro que publicó en 1988 y en el que rinde tributo a Aldo Leopold, cuya Ética de la Tierra, escrita en 1949, es una de las primeras e importantes muestras del interés por el patrimonio común de la vida y de la Humanidad, para quien una acción es justa cuando tiende a preservar la estabilidad, la integridad y la belleza de la comunidad biótica, e injusta cuando tiende a lo contrario[8]. Desarrollo humano integral, respeto de la Naturaleza y justicia social son sus líneas fuerza.
En la actualidad, este sistema ético propuesto sigue siendo el núcleo de la Bioética, en la que la función de puente ha exigido la fusión de la Ética médica y de la Ética medioambiental en una escala de nivel mundial para preservar la supervivencia humana.
Resulta interesantísimo comprobar cómo el P. Häring -el gran renovador de la Teología Moral católica- sitúa las páginas dedicadas a la Bioética en el tomo que examina la responsabilidad social del ser humano (la Teología Moral Social) y no en el de la Teología Moral Personal, que era y es lo común, pues “no podemos trazar una raya de separación entre la bioética y la más amplia tarea de los cristianos en la misión universal de construir un mundo más saludable. La captación del significado de la vida y la protección eficaz de ese don y de la salud depende de la interpretación religiosa, del desarrollo socioeconómico, de la vitalidad cultural y de la estructura de la autoridad”[9].
Como señala el papa Francisco, “el desafío urgente de proteger nuestra casa común incluye la preocupación de unir a toda la familia humana en la búsqueda de un desarrollo sostenible e integral, pues sabemos que las cosas pueden cambiar” (LS 13). Propone, por ello mismo, una ecología integral que incorpore claramente las dimensiones humanas y sociales, vivida con alegría y autenticidad. Diálogo, encuentro, compasión cósmica.
Ojalá la Bioética tenga hoy una mirada más integral e integradora, alejada de cualquier reduccionismo. Muchas cosas tienen que reorientar su rumbo, pero ante todo la Humanidad necesita cambiar. Hace falta, como escribe Francisco, “la conciencia de un origen común, de una pertenencia mutua y de un futuro compartido por todos. Esta conciencia básica permitiría el desarrollo de nuevas convicciones, actitudes y formas de vida. Se destaca así un gran desafío cultural, espiritual y educativo que supondrá largos procesos de regeneración” (LS 202).
Hace 22 años escribí: “Cuando el estudio de la casa y la administración de la casa, esto es, cuando la Ecología y la Economía se fusionen, incorporando la perspectiva Ética, entonces podremos ser optimistas acerca del futuro de la Humanidad. En consecuencia, reunir esas tres ‘e’ es el gran reto que tenemos planteado”[10]. Hoy, de la mano de Laudato si’, incorporo una nueva “E”, la de la Espiritualidad.
“No se trata de hablar tanto de ideas, sino sobre todo de las motivaciones que surgen de la espiritualidad para alimentar una pasión por el cuidado del mundo. Porque no será posible comprometerse en cosas grandes sólo con doctrinas sin una mística que nos anime, sin unos móviles interiores que impulsan, motivan, alientan y dan sentido a la acción personal y comunitaria (…) Todo está conectado, y eso nos invita a madurar una espiritualidad de la solidaridad global que brota del misterio de la Trinidad (LS 216 y 240).
José Ramón Amor Pan
Coordinador de Observatorio de Bioética y Ciencia
Fundación Pablo VI
[1] POTTER, V. R., “Bioethics, science of survival”, Perspectives in Biology and Medicine 14 (1970) 127-153.
[2] POTTER, V. R., Bioethics, Bridge to the Future. Prentice - Hall, Inc. Englewood Cliffs, New Jersey 1971.
[3] Ibid., pp. 1-4.
[4] POTTER, V. R., “Bridge to the Future: The Concept of Human Progress”, Land Economics 1962; 38 (1): 1-8.
[5]Discorso di Giovanni Paolo II per la commemorazione dell'abate gregorio mendel nella ricorrenza del i centenario della morte, Aula del Sinodo - Sabato, 10 marzo 1984, accesible en vatican.va
[6] Resulta interesante la influencia que el teólogo y científico jesuita Teilhard de Chardin ejerció en el pensamiento y la obra de Potter (Bioethics, Bridge to the Future, pp. 30-41). Sobre este asunto se puede leer mi trabajo “Teilhard de Chardin y el desarrollo de la Bioética”, en FERRER, J.J. – MARTINEZ, J.L. (eds.), Bioética: un diálogo plural (Universidad Pontificia Comillas, Madrid 2002), pp. 849-867.
[7] POTTER, V.R., Bioethics, Bridge to the Future, p. 196.
[8] Formulaciones semejantes encontramos en Hans JONAS, El principio de responsabilidad (publicado en alemán en 1979, traducción española en la Editorial Herder, Barcelona 1995).
[9] HÄRING, B., Libertad y fidelidad en Cristo, vol. III, (Herder, Barcelona 19862), p. 21.
[10] En Javier GAFO (dir.), 10 palabras clave en Ecología (Verbo Divino, Estella 1998), p. 61.