Él sabía que faltaba poco. Cuando el médico se lo confirmó cogiendo su mano, el paciente miró a los ojos del facultativo y le dijo: “Gracias por la atención que me ha dado todos estos años en los que me acompañó como profesional y como persona. Solo me queda pedirle que rece por mí”. El médico sabía que era una petición seria y formal. No solo lo era por la manera de expresarla sino por el conocimiento personal y biográfico del paciente. Por ello reflexionó durante un día entero cómo cumplir la petición explícita de su paciente. ¿Cómo haría él, agnóstico, médico especialista con amplia experiencia en ensayos clínicos y líder de un grupo de investigación, para abandonar el rigor científico y rezar por su paciente, con el que tanta confianza y buena relación tuvo? Evidencia científica y creencia, ése es el dilema.
Al leer un texto de Medicina y Filosofía encontró la clave en esta frase: “La relación médico-paciente se fundamenta en una creencia, no en una evidencia; la creencia de que el profesional hará por el enfermo en todo momento lo adecuado para el mejor beneficio, contando con su opinión, con el menor perjuicio y de modo justo”. Esa tarde el facultativo entró en la capilla del hospital.
La investigadora María Blasco, directora del Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas, ha publicado en la revista El Cultural el día 10 de enero de 2020 un interesante artículo titulado “Al infinito y mas allá”. En él reflexiona sobre el importante papel de los avances científicos, que, afirma, “han eliminado mucho sufrimiento y nos hacen más felices como individuos y como sociedad.” La investigadora continúa con varias preguntas: “¿Por qué nuestro subconsciente aún nos hace dudar de semejante futuro feliz? ¿Qué lógica o principio ético podría contraponerse a seguir aprendiendo para algún día ser sociedades más avanzadas y libres de enfermedades?” Blasco finaliza su artículo con esta reflexión: “Sin embargo, no hay ningún argumento racional ni ético para frenar el conocimiento. Es irracional ver belleza en la enfermedad y la muerte”.
Los peligros de la civilización científica
Helge Kragh es catedrático de Historia de la Ciencia en Dinamarca. Tras graduarse en Física y Química en la Universidad de Copenhague pasó a ser profesor de la Universidad de Cornell. Los premios y reconocimientos que posee en el ámbito de las ciencias exactas son muy extensos. Además, escribió uno de los textos más referenciados en la Historia de la Ciencia: Introducción a la Historia de la Ciencia.
En 1986 publicó un artículo muy interesante en Revista de Occidente: “Los peligros de la civilización científica”. Kragh inicia el artículo afirmando que “nuestra época es una época de ciencia y tecnología en el mismo sentido en que la Edad Media fue una época de religión”. Continúa el profesor recordando que “un componente importante de esta civilización es la confianza en la validez universal del método científico de pensamiento”; y asegura que cualquier objeción a estas ideas sería “automáticamente rechazada como ridícula, irresponsable o reaccionaria”.
El autor se atreve a afirmar que “muchas de las poderosas tecnologías que se apoyan en los nuevos conocimientos científicos no sirven a las necesidades humanas más genuinas”. Reflexiona en este sentido sobre algo que hoy en día es tan real como hace unas décadas, “que sólo una pequeña parte del mundo ha podido disfrutar de los beneficios sociales y económicos que se han derivado de la ciencia”. Kragh afirma que el peligro más serio de la civilización científica moderna es “el grado de monopolio que las actitudes científicas y cuasi científicas han alcanzado en prácticamente todos los aspectos de la vida”. Es lo que el profesor Broncano define con el término “capitalismo cognitivo” o mercantilización del conocimiento, que obliga a una reflexión ética.
Esta meditación la hizo ya de modo anticipado Robert Oppenheimer, uno de los padres de la bomba atómica, en una conferencia en la Asociación Americana para el Avance de la Ciencia. Oppenheimer reflexiona sobre la naturaleza, poder y límites de nuestro conocimiento y responde a la pregunta de por qué necesitamos nuevos conocimientos con dos posibilidades: “La búsqueda del conocimiento es ennoblecedora; y, la otra, que brinda al hombre mayores posibilidades para escoger”. Por eso el físico continúa: “Pero las dos respuestas suscitan ¡ay! otras dos cuestiones: Ennoblecimiento ¿para quién?, y ¿por quién y con qué acierto se hace la elección?”. Oppenhimer está hablando de ética.
Pero volvamos a Helge Kragh. El físico danés define la actitud cientifista como la contraria a la del buen científico. Así define cientifismo como “la creencia de que solo los problemas que pueden ser formulados objetivamente dentro del contexto del discurso científico racional tienen sentido y son dignos de ser tomados en consideración”. Ese dogma, que considera que solo la ciencia es fuente de conocimiento y progreso, se denomina también positivismo; y, recientemente, en la era del Big Data, lo denominaríamos dataísmo. Y estas nuevas religiones del siglo XXI son un peligro. Kragh lo afirma del siguiente modo: “El punto de vista cientifista o tecnocrático es humana y políticamente peligroso porque supone una amenaza a la dignidad humana y al libre albedrío y porque tiende a sustituir la verdadera democracia por una tecnocracia de expertos”.
El ser humano como medida
Traemos ahora a colación a José Antonio Marina, filósofo y educador bien conocido en nuestro país. Nos interesa su artículo “La humanidad mejorada”, también publicado en El Cultural del 10 de enero de 2020. Afirma el ilustre profesor que “ante la celeridad de los avances científicos y tecnológicos, hay que cambiar el eje de nuestros programas educativos. Lo importante no es conocer la información sino lo que necesitamos para comprender”. Y solo comprenderemos si mantenemos “la toma de decisiones en el dominio humano”. Es decir, el ser humano como medida.
El enfermo y el médico son personas; y, por definición, seres vulnerables y finitos. Las preguntas que muchas veces no sabe responder el médico, y que constituyen un “punto ciego”, son múltiples y diversas. Pero un buen resumen de las mismas lo encontramos en el siguiente párrafo del documento “Los fines de la medicina”, elaborado por el grupo de investigación del Hastings Center: “¿Por qué estoy enfermo? ¿Por qué he de morir? ¿Qué sentido tiene mi sufrimiento? La medicina, como tal, no tiene respuestas a estas preguntas (…) Y, sin embargo, los pacientes recurren a médicos-as y enfermeros-as, en su calidad de seres humanos, en busca de algún tipo de respuesta. En estos casos, sugerimos que el profesional de la salud recurra a su propia experiencia y visión del mundo, haciendo uso no sólo de sus conocimientos médicos, sino también de los sentimientos de compasión y fraternidad entre seres humanos”.
Me atrevería a matizar a la profesora Blasco. El sufrimiento y la enfermedad no son bellos pero pueden ser una oportunidad de mejora personal, de solidaridad, de estímulo para la bondad e incluso para el avance de la ciencia. Respecto a la muerte, hay muertes evitables, las derivadas de falta de recursos sanitarios en países poco desarrollados o una negligencia médica o iatrogenia en países avanzados; y muertes inevitables, como, por ejemplo, las de pacientes con neoplasias avanzadas-terminales, sin posibilidad de control, en las que la ciencia y la tecnología nos ayudan a garantizar una buena muerte con exquisita atención de las necesidades del paciente y de su entorno personal.
El filósofo Theodor Adorno reflexionaba en su obra Mínima Moralia, al final de la II Guerra Mundial, sobre la “Ciencia melancólica”, aquella que confunde fines con medios y relega la rectitud moral como elemento fundamental de la misma. Algo ya hablamos de este tema en otro trabajo en este mismo lugar.
En plena Guerra Fría, la poliomielitis se consideraba el problema de salud pública más importante en los Estados Unidos. El Dr. Jonas Salk (microbiólogo de la Universidad de Pittsburg) aceptó la propuesta de la Fundación Nacional para la Parálisis Infantil de buscar un remedio para esta terrible enfermedad y con frecuencia antes de entrar en el laboratorio visitaba hospitales con niños en pulmones de acero o con rehabilitación por la poliomielitis. El sufrimiento que veía todas las mañanas no era bello pero conmovió al investigador En abril de 1955 se anunció que la vacuna era segura y eficaz. Cuando le preguntaron en una entrevista quién poseía la patente de la vacuna, Salk respondió: "No hay patente. ¿Se puede patentar el sol?". Salk renunció a los derechos sobre su vacuna para que llegase a toda la humanidad. Después de esto, Salk escribió varios libros, el último de ellos en 1981 con su hijo antropólogo Jonathan Salk, con el título Población Mundial y Valores Humanos: una nueva realidad. Fue un libro premonitorio ya que anticipaba que, finalmente, la clave de la ciencia es la moralidad, la legitimidad, la reconciliación con la naturaleza y el equilibrio para evitar una ciencia melancólica.
“Quítate las sandalias de los pies, pues el sitio que pisas es terreno sagrado (Ex 3, 5), dijo Dios a Moisés ante el fenómeno de la zarza que ardía sin consumirse a los pies del monte Horeb. Si entrar en la vida de una persona constituye siempre caminar en terreno sagrado, con mayor razón cuando esta vida se encuentra afectada por la enfermedad o ante el trance supremo de la muerte”, nos recuerda el último documento de los obispos españoles sobre el final de la vida. Y añade un poco más adelante: “Quien sufre y se encuentra ante el final de esta vida necesita ser acompañado, protegido y ayudado a responder a las cuestiones fundamentales de la existencia, abordar con esperanza su situación, recibir los cuidados con competencia técnica y calidad humana, ser acompañado por su familia y seres queridos y recibir consuelo espiritual y la ayuda de Dios, fuente de amor y misericordia”. En eso deberíamos estar centrados todos.
Francisco Javier Barón Duarte
Oncólogo clínico en el Complejo Hospitalario Universitario de A Coruña
Miembro de la Comisión Central de Deontología del Consejo
General de Colegios Médicos de España
Bibliografía
Theodor W. Adorno, Minima moralia: reflexiones desde la vida dañada. Akal Madrid 2010.
Fernando Broncano, Puntos ciegos. Ignorancia pública y conocimiento privado. Lengua de Trapo. Madrid 2019.
Callahan, D. et al., Los fines de la medicina. Fundació Víctor Grifols i Lucas. Barcelona 2004.
Helge Kragh, “Los peligros de la civilización científica”, Revista de Occidente 1986, nº 64; 99-108.
Robert Oppenheimer, “Necesidad de nuevos conocimientos”, Revista de Occidente 1961, nº 1; 30-36.
Jonas Salk, A life. Charlotte De Croes Jacobs. Oxford University Press 2015.
Jonas Salk and Jonathan Salk, World Populationand human values: a new reality. Harper & Row 1981.
Sembradores de esperanza. Acoger, proteger y acompañar en la etapa final de esta vida. Conferencia Episcopal Española. Madrid 2019.