El primer día de la Cumbre del Clima, que acoge Madrid hasta el 13 de diciembre, puse en mi cuenta de Twitter: «Cuidemos esta casa común que el Creador nos ha confiado y hagámosla habitable para todos». Pero, ¿cómo podemos cuidar la creación? Entre otros modos, usando los bienes de la tierra con responsabilidad. Esto implica algo que es fundamental: el reconocimiento de la dignidad sagrada que tiene toda persona y el respeto a la misma, así como a todos los seres vivos.
Este encuentro quiere ser, desde Madrid, una invitación a toda la humanidad. Es necesario que todos trabajemos por un desarrollo sostenible e integral. Nunca lograremos una solución verdadera y duradera a la crisis ecológica y al cambio climático si no somos capaces de dar una respuesta conjunta. ¡Pongámonos de acuerdo! Hay que decir además que el impacto del cambio climático afecta ante todo a los que viven en la pobreza en todos los rincones del mundo.
Pero, ¿qué tiene que decir la Iglesia, si a ella lo que le toca es evangelizar? Precisamente por eso, porque tiene que evangelizar, tiene que anunciar que la vida cristiana no se reduce a nuestros pequeños intereses o preocupaciones espirituales, sino que tampoco podemos descuidar la tarea y la responsabilidad de transformar la creación. Tenemos incluso que cambiar nuestros estilos de vida, tantas veces egoístas y llenos de un deseo de consumo insaciable de los recursos que hay en el mundo. Cuando el Creador hizo todo lo que existe, nos lo dio a los hombres para que lo cuidásemos y estuviese al servicio de todos. Nos movemos en la realidad creada. La naturaleza, que es el espacio que Dios puso para que todos vivamos y mostremos la dignidad que se nos dio («creados a imagen y semejanza de Dios»), ha de ser respetada y cuidada. Hemos de tratar la naturaleza con la deferencia y admiración que mostramos hacia los seres humanos, pues es su lugar de estancia, de vida, de convivencia, de desarrollo, de creatividad.
Hemos de vivir con un estilo eucarístico, que supone ser agradecidos a Dios y glorificarlo por el don de la creación, tal y como vemos en los salmos. Y hemos de mostrar un gran respeto a toda la red de relaciones que se dan en la creación pues, como nos recuerda el Papa Francisco, todo está conectado. Mejoremos siempre nuestro planeta. Todo en él tiene un origen divino. Hasta lo más simple y pequeño que imaginemos, tiene origen en Dios, tiene origen en el amor mismo de Dios. ¡Qué maravilla! Un Dios que se da, que se entrega y que nos está llamando a compartir su modo de ser. Somos creaturas y por ello podemos tener experiencia de quién es el Creador, podemos vivir desde el amor recibido y entregado. De Dios hemos recibido su aliento; somos un don que contenemos a Quien nos ha dado ese aliento. Quiero aseguraros algo que es imprescindible entender para vivir una verdadera ecología: el destino del hombre determina el destino del mundo. Hemos sido invitados a descubrir y a no olvidar una Presencia; todo fue creado por Dios y, cuando no desciframos la Presencia que habita todas las cosas, convertimos todo en banal y caprichoso, en oscuro y provocador de tropiezos. Solo esa Presencia vivida, descubierta, acogida, nos hace vivir la comunión, reconocer el don que son los demás, los de mi casa, los vecinos, los que trabajan conmigo, quienes encontramos por la calle, los inmigrantes, los pobres…
Siguiendo al Papa Francisco en la encíclica Laudato si, os propongo hacer de toda la creación la bienaventuranza soñada y querida por Dios para los hombres:
- Bienaventurado si descubres que todo está conectado. Precisamente por eso, cualquier falta de amor repercute en todo.
- Bienaventurado si retiras de tu vida las miradas enfermas. Ni hacia ti, ni hacia los demás, ni hacia el mundo, ni hacia el tiempo. No mires mal, mira como Dios mira; su mirada es de amor.
- Bienaventurado si te dejas envolver por el amor de Dios. Seguro que te hará revisar el estilo de vida que tienes, tus criterios, los valores que promueves y que vives.
- Bienaventurado si llegas a ser consciente de estas realidades de nuestra madre tierra: contaminación, cambio climático, desertificación, migraciones ambientales, consumo insostenible de los recursos del planeta, acidificación de los océanos, reducción de la biodiversidad…
- Bienaventurado si te atreves a reflexionar sobre lo que son elementos inseparables de la desigualdad social: gran concentración del poder y de la riqueza, gastos insufribles, cultura del descarte, no ver el mundo desde las periferias, desatención de ancianos y niños no nacidos…
- Bienaventurado si tienes la sabiduría de leer la crisis ecológica como signo de una crisis global. No te limites a buscar soluciones puramente ambientales. Una crisis global debe ser afrontada necesariamente desde un renacer espiritual en el sentido noble.
- Bienaventurado por la gran oportunidad de ser valiente y audaz que te da la crisis climática. En nombre de toda la humanidad, ten la valentía y la audacia de hacerte las preguntas importantes que hoy tenemos olvidadas. Pregúntate sobre el misterio de la creación, sobre todo aquello por lo cual merece la pena vivir.
- Bienaventurado si te haces esas preguntas que llevan a una profunda revisión. Plantéate nuestros modelos culturales y económicos. Piensa en cómo crecer en justicia y en comunión entre todos, con todos y para todos; en cómo descubrir con hondura el valor de toda persona, y en cómo incluir a quien se encuentra al margen para que todos podamos gozar de la belleza del mundo. Revisa la cultura dominante basada en poseer cosas, en el éxito, la visibilidad y el poder.
Con gran afecto, os bendice,
+ Card. Carlos Cardenal Osoro Sierra,
Arzobispo de Madrid