Encuentro. Madrid 2024, 234 pp.
El cuidado es el modo originario de estar en el mundo. El dato ontológicamente evidente de que cada cual necesita ser cuidado hace necesario que cada uno tenga que cuidar de los demás. Es el intercambio continuo de cuidado lo que hace posible la vida, por lo que la sabiduría es, en su esencia, saber cuidar. Cuidar significa responder afirmativamente a la llamada de tomarse la vida en serio”
Hay libros que nos informan de la realidad. En otros se desvelan algunos interrogantes personales incluso y nos permiten conocernos mejor a nosotros mismos. Muchos libros nos entretienen y hacen llevadera la existencia. Este, el que nos ocupa, tiene de particular que es para ser vivido.
Una parte será obligatoriamente vivida, porque habla de la esencia de la existencia. Otra parte, la que nace de contemplar nuestra condición frágil y vulnerable, se abre como posibilidad de relación. Es la que centra todo el libro en torno al cuidado, repitiendo una y otra vez que es la cúspide de la acción política. Ni la caridad que pone a unos encima de otros, ni la justicia que tiene siempre tono imparcial y deshumanizador, ni el amor entregado y apasionado de la familia y los amigos. El cuidado está expuesto como clave para fomentar el trato común y para lidiar permanentemente con la humanidad del otro hombre.
Sobre las bases de la filosofía y la teología que están a la raíz de Europa, Luigina Mortari, de la Universidad de Verona, conjuga una vida tomada en serio y el arte de la política. La primera es vista como el mirarse que desvela la precariedad. La autocontemplación que impone el individualismo posmoderno empuja hacia una autonomía imposible. No se toma en serio nuestra condición dependiente, ni nuestra ansia de relación. El otro es imprescindible, no solo cuando uno es incapaz de autosatisfacer sus necesidades, sino cuando la vida aspira a plenitud.
La política no trata de una acción condescendiente con las debilidades ajenas, sino que habla de la plenitud de todos, de la plenitud que expande. En palabras claras de la propia Mortari: “El cuidado es el modo originario de estar en el mundo. El dato ontológicamente evidente de que cada cual necesita ser cuidado hace necesario que cada uno tenga que cuidar de los demás. Es el intercambio continuo de cuidado lo que hace posible la vida, por lo que la sabiduría es, en su esencia, saber cuidar. Cuidar significa responder afirmativamente a la llamada de tomarse la vida en serio” (p. 59).
La vinculación entre lo personal y lo ajeno se desarrolla a lo largo de todo el libro. La vida humana exige cuidado. Ser humano exige cuidar. Por lo tanto, aunque ciertas lecturas del cuidado aparezcan como una forma débil de amor, o una forma poco concreta de relación, aquí se opta por la visión fuerte. Quien haya vivido la obligación de cuidar, con su dependencia y desgaste continuo, sabrá a qué se refiere la autora. Privilegio por tanto esta lectura conceptual que nos sitúa en el meollo del asunto: la entrega y la donación. Es por esto por lo que, al tomar la vida en serio, surge la pregunta por el bien que nuestro mundo invalida en el relativismo y en el desconcierto de una presunta validez equilibrada de opciones.
El bien se torna necesario, comprometido, incluso cercano a quienes optan por él, que van comprendiendo mejor el corazón de la vida. E insiste la autora, de hondas raíces aristotélicas, en que el cuidado que procura llenarse solo a sí mismo no es un cuidado pleno; más bien, encontramos su plenitud al buscar llenar la vida de otros. Ese cuidado, como el bien, es una llamada que nos tensa, nos mueve. No es una posesión, sino una acción. Y la autora se esfuerza en que el lector revise sus intenciones, su claridad en la razón y en el corazón.
En el capítulo relativo a virtudes, sorprende la concreción. Porque parece que el cuidado, en el discurso general, está del lado del abrazo inmaterial y la proximidad evanescente. Pero no, aquí se trata de cuestiones económicas, políticas, matemáticas incluso, que Mortari sitúa antes que las afectivas y emocionales, como para no perder realidad. Si bien es cierto que es un recuerdo más de la ética aristotélica, se hace una defensa de una educación orientada a estos fundamentos. El diálogo aquí se sitúa con la obligación de obrar de un determinado modo, muy a la kantiana, por el bien mismo, casi independientemente de las circunstancias. Pero es necesario que se recuperen esas demandas más concretas y, por lo tanto, más exigentes, dejando que el lector sea quien avance en su propia dirección.
Una de las dificultades de nuestro tiempo estriba en la claridad y las prioridades. Pareciera muchas veces que todo ocupa el mismo rango, que para dar valor a las cosas pequeñas hay que erradicar las grandes, y que todo tiene a lo minúsculo. No solo hemos reblandecido muchas propuestas de acción más allá del compromiso con uno mismo, sino que no comprendemos la diferencia entre lo esencial y lo accidental, entre lo nuclear y lo periférico. Por lo que el capítulo sobre “Actuar con cuidado” pone acentos fundamentales que deberíamos recuperar con urgencia. Tanto el esfuerzo en el trabajo por hacer las cosas lo mejor posible, que en el marco vocacional es además una elección de pasión y entrega personal, como el imprescindible cultivo de los bienes relacionales. Es urgente, imprescindible y necesario asentar bien las bases sobre lo que se construye lo demás.
Los dos últimos capítulos conciernen a la política y a la acción. El primero parte de una constatación noble: otra política es posible, pero no se reduce meramente a los partidos, sino que implica muchos otros espacios y opciones en los que el tejido comunitario y los vínculos se fortalecen con un proyecto común. Por lo tanto, se supone, para la profesora, que el trato y la necesidad de una respuesta constante y coherente, lleva a preguntarse finalmente por la formación de una sociedad madura con una sólida idea de lo común, del encuentro, de las relaciones. Efectivamente, esto, en comparación con lo que hay, dista mucho de ser una descripción de lo que hay. Pasa a ser un ideal, un deseo. Pero es igualmente necesario constatar que no es ni imposible, ni utópico. Se realiza, aunque no plena ni perfectamente, en grupos y comunidades que actúan políticamente y se mueven con estos criterios y fines comunes. Por eso la política puede pasar a ser acción. Aquí se reivindica la operatividad práctica de una pertenencia que responde a la búsqueda del bien común, a través de unas virtudes que fecundan la relación interpersonal con la atención, la responsabilidad, la respuesta concreta.
El libro entero se hace pensando en unas raíces que nutran de nuevo una seca vida espiritual e intelectual, sede de donde surge en el ser humano todo lo demás
Con todo lo dicho, al lector que quiera acercarse al libro le recomiendo paciencia en la lectura y no separarse mucho de su propia realidad. Sólo así podrá acontecer, a propósito de este libro, el interrogante concreto y la oportunidad posible. Sólo de ese modo el texto pasará a ser una herramienta eminentemente útil en manos de un lector consciente y voluntarioso. Porque, a diferencia de tantos otros libros, quizá más vendidos y comentados que este, aquí la profesora Mortari no se detiene en el análisis pesimista de una realidad acabada, cerrada y tan corrupta como incapaz de recibir redención y salvación alguna. No tiene que reivindicar la esperanza porque el libro entero se hace pensando en unas raíces que nutran de nuevo una seca vida espiritual e intelectual, sede de donde surge en el ser humano todo lo demás.
Quizá deberíamos, por otro lado, reflexionar abiertamente por qué el cuidado es una categoría central, por qué no nos hemos quedado en la mera constatación de la finitud, la vulnerabilidad y la muerte, sino que es posible hacer una propuesta de más entidad y capacidad relacional. La parte negativa no deja de ser un ensimismamiento que esteriliza nuestras capacidades y, negándose a la acción, el ser humano queda desprovisto de las virtudes que nuestra tradición lleva siglos cultivando como mirada antropológica plena.
Es admirable que queden personas que, tomándose la vida en serio, amen hasta el extremo y quieran hacerse cargo del otro siendo como son. Este esfuerzo teórico no quedará en vano. Impregna, a quien lo lee sensata y prudentemente, de tanta generosidad como gratitud.
José Fernando Juan Santos
Profesor en el Colegio Amorós (Marianistas de Carabanchel)