Antonio Diéguez, Transhumanismo. Herder. Barcelona 2017, 243 págs.
El libro aborda un tema muy importante, de largo recorrido. Y que, sin embargo, está poco abordado en nuestro país, en donde, a día de hoy, y salvo honrosas excepciones como las que nos ocupa, sigue pareciendo una cuestión menor, incluso ridícula, una pura fantasía de película o de novela de ciencia ficción. No así en Francia, Estados Unidos o Reino Unido, países en los que desde hace tiempo hay pensadores serios preocupados y ocupados en analizar este asunto.
Por ejemplo, Francis Fukuyama, célebre politólogo de la Universidad de Stanford, consideraba ya en el año 2004 que el transhumanismo era una de las ideas más peligrosas del mundo. Recientemente, en la clausura del congreso de Bioética que la Orden de San Juan de Dios organizó en Madrid, Monseñor Vincenzo Paglia, presidente de la Pontificia Academia, por tanto una de las autoridades mundiales en Bioética, afirmó que era necesario un concepto amplio de Bioética, que abarcarse también estas difíciles materias.
El negocio de las promesas seductoras y espectaculares es muy próspero, como indica Diéguez. Casa a la perfección con la cultura dominante, conecta con los deseos insatisfechos y desmedidos de amplios sectores de la población en los países desarrollados, de disfrute inmediato y cómodo, ofrece un proyecto de salvación laica sin esfuerzo ni renuncia alguna, una nueva y fabulosa forma de consumo… Echando mano de Thomas Mermall, nuestro autor considera que “vivimos en un mundo dominado por los managers del deseo, los secuestradores de la voluntad, diseñadores y dueños de nuestras fantasía, empeñados en la creación del consumidor necesitado de una plétora de productos tecnológicos para satisfacer los deseos más banales y superficiales. La seducción de la moda es avasalladora y el hombre sucumbe ante lo que desean los demás y con ello se falsifica y pierde el don precioso de la decisión personal”.
Por eso no resulta extraño que el transhumanismo se lleve bien con el neoliberalismo. Pero tras esta utopía de moda se esconden, a veces de forma solapada, tesis filosóficas, científicas, tecnológicas, éticas y político-sociales profundamente cuestionables, que tienen profundas consecuencias y que, por ello mismo, deberíamos analizar y debatir con rigor y sosiego. La cuestión es saber elegir qué hacer con la técnica y cómo elaborar con su ayuda un proyecto vital auténtico y evitar esa extraña vocación de auto-aniquilación que parece invadir a los partidarios del trans y el post-humanismo.
Este libro nos ayuda a ello, es una magnífica introducción al tema. Está escrito por un autor serio, catedrático de Lógica y Filosofía de la Ciencia en la Universidad de Málaga, con publicaciones anteriores en la materia. Y la editorial que lo publica –Herder- es sinónimo de buen hacer en el ámbito de la Psicología, la Filosofía, la Ética y la Teología.
El texto está estructurado en cuatro capítulos, más una introducción y un quinto capítulo dedicado a conclusiones. En el primero explica qué es el transhumanismo, cuál es su historia y cuáles sus diferentes modalidades. El segundo (“máquinas superinteligentes, ciborgs y el advenimiento de la singularidad”) se dedica a exponer la versión cibernética del mismo, es decir, el tema de la inteligencia artificial y de la fusión ser humano-máquina. En el capítulo tercero aborda la cuestión del mejoramiento biomédico del ser humano (“eternamente jóvenes, buenos y brillantes”), proyecto ambicioso donde los haya, con no pocas zonas oscuras, prácticas y éticas a un mismo tiempo. En el cuarto echa mano de Ortega y Gasset, bien traído, aprovechando de este modo para reivindicar al genial filósofo español, no suficientemente valorado, dentro y fuera de España (es desazonador, nos dice, que la filosofía de la tecnología elaborada por José Ortega y Gasset haya recibido tan poco reconocimiento, incluso entre algunos estudiosos de su pensamiento.
Entre las novedades de este nuevo tipo de ciencia ha introducido, Diéguez destaca las siguientes, todas y cada una de ellas dignas de una consideración ética pormenorizada:
- La mercantilización de los conocimientos (un hallazgo es tanto mejor si genera patentes).
- La búsqueda de rentabilidad inmediata en las aplicaciones (el aspecto económico se ha vuelto un objetivo prioritario).
- La inmersión en el debate público y en la cultura de masas (la ciencia siempre ha sido parte de la cultura, pero ahora hay asuntos políticos y sociales en los que, dada su autoridad, se reclama con fuerza a los científicos que tomen posición, y no pueden dejar de hacerlo porque necesitan mantener esa influencia social duramente ganada y siempre cuestionada por algunos).
- La interdisciplinariedad e interconexión de campos.
- La desaparición de los límites entre la investigación pura y la aplicada.
- La búsqueda inmediata de la publicación de resultados, incluso cuando son solo parciales.
- El secretismo (sobre todo si hay posibilidad de patentes de por medio).
- La precarización del trabajo de investigador.
- La proliferación de la ciencia patológica y la ciencia basura.
El libro pone un punto de buen sentido en un debate que casi siempre queda en manos de tecnófilos y tecnófobos, cuando las opciones correctas suelen ser los cursos de acción intermedio, como ya Aristóteles enseñaba. El profesor Diéguez plantea con rigor el estado de la cuestión, tanto en los datos como en el enunciado de los problemas, y hace un balance de pros y contras sin apasionamiento, ofreciendo argumentos, que es como hay que hacer las cosas. Con un aparato crítico más que suficiente. Todo bien trabado, con una prosa elegante y agradable. Dicho lo cual, solo me resta formular una invitación explícita a su lectura, sosegada y con lápiz en la mano.