Síntesis de la sesión del 30 de marzo de 2023
La decimocuarta sesión del seminario permanente ‘El trabajo se transforma’ recuperó una cuestión fundamental y transversal, presente en el seminario desde el principio: la definición del trabajo y su adecuación a un contexto digital que lo está cambiando todo a una velocidad nunca vista. En su ponencia, Raúl González Fabre, profesor de la Universidad Pontificia Comillas, se propuso adecuar el concepto al nuevo entorno tecnológico y reflexionar sobre la validez de predicados morales como el “derecho” al trabajo y el “deber” de trabajar.
Comenzó con una comparación entre los tiempos actuales y la primera revolución industrial. Los cambios científicos que se produjeron desde el siglo XVI derivaron en un cambio civilizacional a partir del siglo XVIII, una vez que el hombre consiguió “dominar” la naturaleza. El incremento casi vertical de la población echó por tierra las teorías maltusianas y las nuevas posibilidades tecnológicas dieron paso a nuevas estructuras políticas, económicas, sociales y hasta religiosas. Como en cada revolución civilizacional, las ventajas competitivas ganadas por quienes asumieron esta, dejaron a un lado a quienes la rechazaban. Cada revolución civilizacional no implica una mayor felicidad de las personas, simplemente desplaza a lo anterior sin que medie un diseño previo. De esa primera revolución industrial nace también el concepto que entendemos por trabajo y la ética relacionada con él, puesto que antes apenas se discutían las cuestiones antropológicas relacionadas con el mundo laboral. Con estos antecedentes, en opinión del ponente, los cambios producidos ahora por la digitalización no son menores que los que trajo la máquina de vapor.
Sobre la definición de trabajo existe el riesgo de centrarse en figuras concretas derivadas de un modelo o una sociedad. El concepto clásico de trabajador nos hace pensar en un “obrero industrial” y deja fuera el trabajo esclavo, el de aquellos que se ocupan de tareas de cuidado, como las amas de casa, e incluso a quienes aportan el capital en las empresas. Buscando una definición lo más general posible, el ponente propone la siguiente: “el trabajo es cualquier dedicación intencional de tiempo de la persona a la producción de bienes y servicios transables”. Esta definición señala una estrecha relación entre trabajo y producción, que puede definirse a su vez como una “manera económica de adaptarse a la escasez”. Y, en un paso más, se entiende escasez como tener menos de lo que se querría o de lo que la sociedad desearía tener. Se pueden identificar tres tipos de escasez: necesidades básicas, ubicación dentro de la escala social y, por último, necesidades materiales derivadas. La respuesta habitual frente a la escasez suele ser aumentar la disponibilidad de algo. Pero también se podría avanzar consiguiendo que la gente deseara menos, una cuestión que entronca con la filosofía y la teología. Es “fácil” cubrir la escasez relacionada con las necesidades básicas produciendo más; sin embargo, los otros dos tipos de necesidad no tienen que ver sólo con la cantidad producida, sino con el tipo de bienes y la comparación con otros consumidores. De hecho, en el mundo actual, lo que antes era “de ricos” ha pasado en muchos casos a ser común y se siguen generando necesidades relativas o derivadas.
La relación última entre trabajo, producción y escasez está en la característica central del trabajo en nuestra experiencia y en nuestra cultura: la “forzosidad”. El hombre está forzado a trabajar para combatir la escasez, especialmente la de necesidades básicas. La mayoría de las personas dedican un alto porcentaje de su tiempo activo a trabajar. Por eso se intenta que ese acto tenga otros beneficios más allá de la batalla contra la escasez. Se pueden señalar tres objetivos morales y virtuosos del trabajo: la provisión para el trabajador y la contribución a la provisión social; una oportunidad para la integración social tanto a nivel micro como macro; y una deseable autorrealización. En el fondo se trata de hacer de la necesidad virtud y en ese intento surgen los derechos y deberes que dan forma a la ética del trabajo.
Ahora bien, esta nueva revolución civilizacional provocada por la digitalización pone en duda que el trabajo deba seguir teniendo un carácter forzoso en el futuro. La automatización y la inteligencia artificial hacen pensar que en un periodo corto de tiempo las personas podrán quedar desplazadas de las labores relacionadas con cubrir las necesidades básicas. El resultado de este proceso puede ser el de una limitación “definitiva” de la escasez de primer tipo y el aumento del número de ciudadanos que no tendrán que trabajar para cubrir ese mínimo vital. Eliminando la necesidad de la participación humana en la ecuación, en contra de lo que siempre ha acompañado al hombre, estaremos ante un cambio civilizacional mayor que el de la primera revolución industrial. Salvo en el “paraíso terrenal”, el hombre nunca se había visto sin la presión de necesitar hacer algo frente a la escasez. El economista John M. Keynes ya comentaba en los años 30 que el capitalismo y la ciencia resolverían el problema económico de la humanidad y la pondrían frente al 'verdadero y permanente problema de la vida buena': ¿Cómo usará el hombre el tiempo liberado del trabajo?
Raúl González Fabre, profesor de la Universidad Pontificia de Comillas
Si se elimina la forzosidad relacionada con el empleo, también será coherente desacoplar los ingresos del propio trabajo. Los ingresos serán necesarios, pero no será necesario trabajar para lograrlos. Se podrán plantear fórmulas de reparto como la renta básica universal o el capitalismo popular, pero dejará de tener sentido hablar de derechos y deberes en el trabajo. Al mismo tiempo, se planteará la cuestión de trasladar a otros tipos de actividad las funciones positivas y educadoras del trabajo, con el riesgo permanente de que la sociedad “degenere antropológicamente” y se despeñe por el barranco del consumismo en lugar de buscar otras posibilidades para la autorrealización como pueden ser la familia, los amigos, los hobbies, el asociacionismo, la militancia política... Nos encontraremos en un punto en el que la ética de la justicia -basada en alternativas excluyentes, en derechos y deberes, en normas que se cumplen o no se cumplen- quede sustituida por una ética de la virtud, basada en la gradualidad, con puntos de referencia más blandos, y con más peligro de deterioro.
José Luis Calvo, director de Inteligencia Artificial en Sngular, realizó el comentario posterior a la ponencia centrado en la posibilidad de que todo el trabajo del hombre pueda llegar a ser automatizado. Se centró en cuestiones recientes, como la aparición de ChatGPT y GPT-4, para analizar una cuarta revolución industrial en la que, por primera vez, se dan las condiciones para automatizar puestos de trabajo para los que se necesita pensar. Esta particular característica es central, puesto que implica que los nuevos puestos de trabajo que se creen también serán susceptibles de ser automatizados. Antes de pensar en inteligencia artificial como ciencia ficción, es necesario entender que hablamos de ordenadores capaces de realizar actividades para las que los humanos necesitan la inteligencia, lo que no significa que las computadoras la tengan. También es posible desterrar el tópico de unos ordenadores que hacen al hombre “más tonto” y argumentarlo con ejemplos concretos como el de los jugadores profesionales de Go (similar al ajedrez) que, al jugar contra máquinas, han incrementado exponencialmente su nivel desde que en 2016 una máquina fue capaz de vencer al campeón del mundo (en un paralelismo al famoso match entre Kasparov y Deep Blue).
La explosión de GPT-4 sirve para ejemplificar este prodigioso avance de la inteligencia artificial. Estamos ante un software capaz de entender y generar lenguaje natural, superando con nota exámenes escolares de acceso universitario o profesional. Si bien es cierto que entre la IA y la inteligencia humana hay a menudo una relación paradójica entre lo sencillo y lo complejo: cuanto más fácil es una actividad para las personas, más difícil es para la inteligencia artificial, y viceversa.
En relación con el mercado laboral, ya hay estudios concretos que señalan los puestos de trabajo que quedan expuestos al avance de GPT-4. Estos análisis hablan de un 19 % de puestos que pueden automatizar un 50 % de su actividad. Estas proyecciones no ahorran a algunos trabajos que actualmente gozan de salarios altos; ya no se trata sólo de tareas rutinarias y repetitivas, aunque siempre parecen más protegidos los empleos que requieren de pensamiento crítico y ciencia básica. Frente a esto, corren peligro los empleos que están basados en lenguajes de programación o requieren habilidades con el lenguaje.
La IA ha conseguido “pintar cuadros al estilo de Rembrandt”, inventar caras y hasta crear un discurso a partir de una frase. Se ha logrado un nuevo modelo de lenguaje que conceptualiza y une esos conceptos. Así, estas nuevas aplicaciones son capaces de generar una especia de modelo del mundo. GPT-4 explica fotos, “entiende” un chiste, analiza textos y hasta puede ser entrenado para responder a consultas médicas. El avance es vertiginoso y algunas de estas características no se planteaban hace solo un año. Y estamos asistiendo solo al principio de un desarrollo increíblemente ambicioso y rápido.
Todo esto conduce a un nuevo modelo. Siempre se ha hablado de la inteligencia artificial específica, creada para algo concreto. Ahora ya es posible empezar a hablar y argumentar en favor de una inteligencia artificial general, algo que abre muchos caminos en el mercado laboral y pone en duda el futuro de muchos puestos.
José Luis Calvo, director de Inteligencia Artificial en Singular
En el debate abierto a continuación, varios de los expertos que forman parte del comité del seminario permanente se refirieron a estas perspectivas. Se habló de trabajos concretos que pueden desaparecer, como el de traductor, y se pusieron sobre la mesa tareas relacionadas con los cuidados, en las que el hombre nunca podrá ser sustituido, aunque dejando la duda de si esas labores tendrán mercado o seguirán siendo profesiones mal remuneradas. La cuestión para muchos es si la automatización y la sustitución del hombre continuarán desarrollándose exclusivamente en función del criterio del máximo beneficio.
José Luis Calvo señaló que profesiones que a día de hoy son consideradas de alto nivel, como las de ingeniería, pueden estar entre las más automatizables. Labores como las del traductor ya demuestran que la inteligencia artificial tiende a la perfección y que esto nos sitúa ante parámetros de calidad y eficacia y no solo de eficiencia; la digitalización tiende a ser más barata, y también a equivocarse menos que el hombre. Al respecto, Raúl González Fabre quiso poner el foco en el beneficio como motor del cambio explicando que, allá donde ha sido más barato sustituir al hombre por una máquina, ya se ha hecho. Frente a este avance, se apuesta por un resurgir de las humanidades en la educación, por su carácter crítico e intelectual. En este punto volvió a salir a relucir la necesidad de ir más allá de una serie de habilidades que el alumno aprende y que, en poco tiempo, quedarán obsoletas frente al avance de la automatización.
Buena parte de la conversación giró en torno a ese gran cambio civilizacional derivado de la automatización y la cuarta revolución industrial. En un mundo que se plantea el fin del trabajo es necesario adaptar y transformar multitud de estructuras. Pero, ¿es posible diseñar ese cambio? Se habló de la posibilidad de introducir una mayor transparencia y un mayor control público del avance tecnológico, también de las instituciones nuevas que requiera un modelo general basado en la abundancia, de adaptar todo esto a la lógica del mercado que impera en nuestros días y de cómo conseguir que el avance económico sea sostenible y no acabe por destruir el planeta.
Muchas de estas cuestiones requieren de un cambio de enfoque, más allá de los problemas de la transición, hacia lo que pueda ser el punto de llegada. Raúl González Fabre llevó sus postulados a un punto en el que se abre la puerta a transformaciones radicales en el orden político, económico y social. El cambio de las bases productivas requerirá de estas nuevas bases organizativas para poder estabilizar una sociedad en la que tener un empleo deje de ser la posibilidad más general de supervivencia. Si no se hace, el riesgo es la revolución política. También señaló que es difícil pensar en un diseño previo de las transformaciones puesto que falta una autoridad mundial con capacidad legislativa y ejecutiva que permita establecer unos fines concretos. La realidad ya nos muestra que muchos avances tecnológicos no consiguen implantarse de forma concreta por la falta de capacidad jurídica de las instituciones nacionales, como ocurre con el problema de la responsabilidad hacia terceros en los coches autónomos, por ejemplo. Sin ese “gobierno del mundo” solo queda “montarse en la ola del cambio” y compaginar una mirada antropológica a largo plazo con los acontecimientos del corto plazo y las luchas laborales que ellos provocan.
Ese mundo próximo en el que el hombre debe enfrentarse a la “vida buena” que decía Keynes también dejó mucho espacio para el debate. Algunos expertos señalaron riesgos concretos de quedar al margen del trabajo y de lo que el trabajo aporta al hombre, y recuerdan que la experiencia demuestra cómo es fácil tender a un aislamiento potenciado por las redes sociales. También se habló de las desigualdades que genera la digitalización y de la paradójica falta de adecuación entre la idea de una robotización que “libera del trabajo” y una realidad en la que la hiperconectividad ha llevado al hombre a trabajar más que nunca en jornadas maratonianas y una continua dependencia del puesto de trabajo. Esta aspiración a la “vida buena” tiene un carácter ético y de humanización que tampoco liga con algunas teorías modernas como el transhumanismo. En el plano moral y filosófico, siguiendo la idea enunciada por Raúl González Fabre, algunos miembros del comité de expertos se mostraron partidarios de buscar soluciones a la escasez por la vía de la racionalización de la necesidad, y no por el aumento de la producción.
La Iglesia católica tiene algo que aportar a este cambio civilizacional. La doctrina social y el magisterio han servido para interpretar algunas de las cuestiones fundamentales en el mundo del trabajo desde la publicación de la encíclica Rerum novarum por parte de León XIII y su desarrollo por parte de los sucesivos papas. Pero, ¿estamos ante un mundo en el que deja de tener vigencia la idea de un trabajo que dignifica a la persona? ¿Queda atendido el hombre en este avance disruptivo de la tecnología? Raúl González Fabre espera que en su momento salga una encíclica sobre la digitalización, recordando que los tiempos de la Iglesia no se acoplan a la velocidad de la sociedad. El propio León XIII esperó a la consolidación de la primera revolución industrial para subir a otro escalón antropológico que le permitiese observar el mundo que se estaba construyendo, plantear su desarrollo y no interpretarlo en base a lo determinado dos siglos antes. Así, será necesario construir una nueva base política, económica y social que permita al hombre vivir dignamente y desarrollarse sin tener un empleo, algo que será difícil para la Iglesia, pero también para los partidos políticos y el resto de la sociedad. Eso sí, mientras tanto, los actuales postulados de la doctrina social de la Iglesia pueden seguir sirviendo para enfrentarse a problemáticas que surgen en el mercado laboral.
En este futuro sin empleos para todos es necesario buscar soluciones para el mantenimiento de todos. Los expertos señalaron posibilidades como la renta básica universal o el impuesto a los robots, métodos para redistribuir la riqueza de una forma diferente a la actual, basada en el esfuerzo. También se pusieron sobre la mesa los proyectos que ya están en marcha y que barajan la posibilidad de introducir la semana laboral de cuatro días. Por el momento, algunos expertos comentaron que allí donde se ha experimentado, esta iniciativa ha generado una mayor productividad y un menor absentismo, aunque siempre dejando claro que son proyectos piloto y falta información. La cuestión de la renta básica vuelve a interpelar a la educación y una pregunta quedó en el aire: ¿en qué profesiones se formará a los alumnos del futuro?
Por último, se habló de los posibles límites a este avance de la inteligencia artificial: se comentó por ejemplo el reciente llamado de algunos “gurús” que pedían una moratoria de seis meses en las aplicaciones de inteligencia artificial “generativa”. Para José Luis Calvo, este tipo de limitaciones no son sostenibles y solo retrasarían a aquellos que suscriban a ellas frente a sus competidores. En un plano geoestratégico, esta posibilidad solo frenaría a Occidente en su lucha con otras potencias como China. Dando por descontado que las leyes siempre llegan tarde y no hay un gobierno que lidere el cambio, se habló de la necesidad de poner límites y códigos de conducta internos en las propias empresas, algo para lo que se necesitan profesionales con valores sólidos, tanto entre los empleados como entre los empresarios.
Domingo Sugranyes, director del seminario permanente, cerró la sesión recordando la definición de trabajo propuesta por el ponente, una idea amplia que permite adaptarse al futuro e incluso llegar a la conclusión de que el trabajo no desaparecerá, puesto que se trata de una actividad orientada a producir bienes y servicios transables, una idea que puede extenderse más allá de la sola transacción comercial.
Respecto a la inteligencia artificial, es sorprendente ver sus magníficas realizaciones al tiempo que la sociedad es asaltada por multitud de problemas y de conflictos políticos que el progreso tecnológico no ayuda a resolver. Como algunos expertos señalaron durante la sesión, esta situación argumenta en favor de la idea de que lo que frena la plena asunción de la revolución digital son cuestiones jurídicas o políticas y no técnicas.
Respecto a ese cambio civilizacional provocado por la cuarta revolución industrial, nos topamos con aspectos de organización institucional muy problemáticos, como el aumento de la burocracia, los oligopolios o la perspectiva de verse obligado a militar políticamente para asegurarse los propios ingresos en un sistema centralizado de reparto, una propuesta con rasgos de anti-utopía, que subraya la necesidad de una reflexión política profunda.
Ante la dificultad del diagnóstico y las incertidumbres de las previsiones, la Iglesia deberá recorrer un camino no menos largo e innovador que el de León XIII en busca de propuestas para los nuevos tiempos, distinguiendo los nuevos conflictos, promoviendo una educación más orientada a las humanidades que a las habilidades; y respondiendo a las amenazas individualistas y deshumanizantes de una sociedad de consumo incompatible con la “vida buena” en su sentido verdadero.
Listado de asistentes en la sesión del 30 de marzo de 2023
- Rafael Allepuz, Profesor titular adscrito al Departamento de Economía Aplicada de la Universidad de Lleida
- Txetxu Ausín Díez, Científico Titular, Instituto de Filosofía, CSIC
- Jesús Avezuela Cárcel, director general de la Fundación Pablo VI
- José Luis Calvo Salanova, director de Inteligencia Artificial, Sngular
- Nuria Chinchilla, profesora de Dirección de Personas en las Organizaciones y titular de la Cátedra Carmina Roca y Rafael Pich-Aguilera Mujer y Liderazgo, IESE
- José Luis Fernández Fernández, director de la Cátedra de Ética Empresarial, Universidad Pontifica Comillas
- Fernando Fuentes, subdirector general, Fundación Pablo VI
- Santiago García Echevarría, Catedrático em. de Política Económica de la Empresa, Instituto de Dirección y Organización de Empresas y profesor Honorífico de la Universidad de Alcalá
- Raúl González Fabre, profesor, Universidad Pontificia Comillas
- Enrique Lluch Frechina, economista, Universidad CEU Cardenal Herrera
- Francisco Javier López Martín, exsecretario general, CCOO Madrid
- Alfredo Pastor, economista, profesor emérito IESE
- Domingo Sugranyes Bickel, director del seminario
- José Luis Zofío, Catedrático de Fundamentos del Análisis Económico, Universidad Autónoma de Madrid