Síntesis de la sesión del 11 de mayo de 2023
La Fundación Pablo VI acogió la decimoquinta y última sesión ordinaria del seminario permanente El trabajo se transforma. El obispo de Bilbao, Joseba Segura, se encargó de la ponencia aunando a su cargo episcopal el de economista y realizando un comentario general sobre las implicaciones de la Doctrina Social de la Iglesia en el futuro del mercado laboral y del trabajo en general. El obispo dejó claro desde el primer momento que el trabajo es una dimensión del hombre que va mucho más allá de aquel que se realiza a cambio de un salario.
Es cierto que a lo largo de todas las sesiones ha sido el empleo el que ha centrado la atención del comité de expertos y los ponentes. El futuro de ese trabajo remunerado es una preocupación a nivel nacional, europeo y global. Sin embargo, el trabajo es mucho más que eso, es algo esencial en la vida de la persona y también de la comunidad: trabaja el monje el monasterio, la misionera en África o padres y madres de familia en el hogar. Y lo hacen, aunque no reciban una remuneración a cambio. Hoy en día ese trabajo no remunerado genera hasta recelo, denunciaba monseñor Segura, a pesar de que en la actualidad en España se cuentan cerca de 20 millones de ocupados por 26 que no lo están. Es cierto que en los últimos años se observa como algunos de esos trabajos no remunerados, de gran valor para el hombre y la sociedad, empiezan a transferirse al ámbito del empleo remunerado, como es el caso de los cuidados a ancianos. Llevado al extremo, vemos como incluso la maternidad comienza a ser cuestión de dinero, derivando en prácticas como los vientres de alquiler. Esta deriva tiene que ver con un cambio cultural en el que el dar la vida por los otros se sustituye por una reafirmación unilateral de libertades, disfrutes y derechos.
El trabajo es clave en el desarrollo personal y comunitario. Desde pequeños, nos hacemos maduros asumiendo poco a poco en paralelo la disciplina de la responsabilidad y el trabajo: no hay peor “estrategia educativa” que la del derecho al mayor grado posible de gratificación sin costes o responsabilidades correlativas. Existe pues una vinculación crítica entre maduración, trabajo y crecimiento personal. Más adelante, en el contexto occidental se da una relación igual de estrecha para las personas entre empleo y desarrollo de necesidades psicosociales como el de la identidad, el rol social, y el enriquecimiento de relaciones; el empleo es fuente de autoestima y da sentido de propósito. Las personas que no tienen un empleo y quieren tenerlo experimentan como estas realidades quedan en vilo y es difícil encontrar alternativas capaces de generar la satisfacción que puede llegar a proporcionar el empleo.
Por supuesto, una realidad de estas dimensiones es motivo de atención para la Iglesia. Desde la Revolución Industrial se han producido desequilibrios de todo tipo en el mercado de trabajo. Al mismo tiempo, hay propuestas de cambio que, en la actualidad, están en sintonía con el mensaje de la Doctrina Social: ideas que se refieren a la negativa a absolutizar el trabajo y la renuncia a todo por él, la búsqueda de equilibrio (conciliación) y del bien integral de la persona. En el origen católico de la reflexión está la idea del trabajo en la propia Biblia: al contrario de lo que se cree, el trabajo no se considera un castigo en la Sagrada Escritura, al contrario, el propio Dios trabaja en la Creación para después descansar; y en una de sus cartas san Pablo recuerda aquello de “el que no trabaja que no coma”, un mensaje que subraya la contribución social de ese trabajo. Por supuesto, la tradición ha dado forma a una visión cristiana del trabajo, un mensaje que recuerda que el mundo se nos ha dado como un regalo construido sobre el esfuerzo de muchos otros y, por ese motivo, se nos pide contribuir a aquello que recibimos. Esta idea aporta una dimensión de servicio al mundo laboral, reconociendo que la vida y las cualidades de cada uno deben ser compartidas. Esta visión del trabajo genera tensión con la concepción liberal individualista y nace de la creencia de que el trabajo es capaz de transformar estructuras y abrir ventanas a nuevas posibilidades de futuro.
La reflexión católica sobre el trabajo se materializa en la Doctrina Social de la Iglesia, que comenzó en un contexto de desarrollo industrial y obrerismo tradicional al que se trató de dar respuestas. En los últimos años, tanto Benedicto XVI como Francisco han tratado de abrir nuevas perspectivas actualizadas para arrojar luz ante las tensiones que el trabajo moderno plantea. Joseba Segura reconoció que se achaca a la DSI ser algo elevada y centrada en conceptos generales y “abstractos” con los que cuesta iluminar dilemas concretos. Sin embargo, la evolución doctrinal que está por llegar será consistente con elementos esenciales de la tradición anterior y con una crítica a la visión economicista del empleo: el derecho al trabajo no puede ser igual a otros o quedar supeditado a la automatización del mercado. Cuestiones como los salarios justos, las condiciones dignas y la conciliación o derecho al descanso son relevantes en la actualidad.
El obispo de Bilbao propuso hacer una lectura cristiana de la cuestión de fondo del seminario, la transformación del trabajo. Comenzó con una serie de certezas que se han identificado a lo largo de las sesiones y que la lectura cristiana comparte: la rápida velocidad de los cambios que se pueden apreciar, la amenaza cada vez mayor frente al derecho universal al trabajo y la profundización de una sociedad dual en la que las desigualdades pueden terminar por provocar una ruptura. También se habla de un cambio de mentalidad sobre el trabajo que evidencia cansancio, insatisfacción y una búsqueda mayor de la conciliación y un mayor tiempo libre.
Esta transformación y su lectura plantean dudas. Para Monseñor Segura, la mayor de todas es la de no tener un horizonte lo suficientemente amplio como para saber si el trabajo de la gran mayoría está realmente amenazado. Es cierto que se dice que se crean puestos de trabajo para cubrir la demanda, algo que parece evidente en un contexto occidental, pero no en el resto del mundo. Al mismo tiempo, tampoco existen recursos actualmente que hagan pensar en una creación inmediata de una renta básica universal. Así, la gran pregunta es el qué hacer con aquellos que, en el medio plazo no van a encontrar trabajo. Es una cuestión acuciante por el riesgo de división profunda que se puede generar y la amenaza a la cohesión social que puede sobrevenir.
El futuro pasa por promover el trabajo como una escuela de responsabilidad ya desde el proceso educativo, estar atentos a los cambios y reivindicaciones y tener cuidado con la tendencia que identifica educación con formación técnica
Ante todo esto, Joseba Segura remarcó que el cristianismo no apoyará una estrategia que tienda a una humanidad “liberada” del trabajo. Considera que es necesario formarse, crecer en responsabilidad y apostar por el trabajo como fuente de realización personal e instrumento de cohesión social. Además, expuso que la alternativa a ese trabajo es el consumismo. La Iglesia sabe del peligro del consumismo y apunta en una dirección señalada en alguna de las sesiones del seminario permanente: la experiencia indica que cuando se tiene tiempo libre hay una tendencia a malgastarlo e incluso genera problema de adicciones. Frente a eso, tampoco se puede caer en el buenismo de un trabajo auto expresivo como sustituto del empleo, puesto que ese trabajo auto expresivo se hace cuando se quiere, mientras que el empleo requiere de una disciplina, de un trabajar con otros que no piensan igual, genera obligaciones, atiende a jerarquías… en definitiva, son realidades diferentes, aunque una no excluye a la otra. Así, una lectura cristiana de la situación pasa por preservar el trabajo y defender el derecho al trabajo. Existen muchas dudas sobre la renta básica universal como solución puesto que desvincularía el empleo de la obtención de recursos. El futuro pasa por promover el trabajo como una escuela de responsabilidad ya desde el proceso educativo, estar atentos a los cambios y reivindicaciones y tener cuidado con la tendencia que identifica educación con formación técnica, algo que deja al margen la formación de un pensamiento crítico. Esto se viene profundizando en los últimos tiempos frente a la proliferación de teorías transhumanistas y posthumanistas que tienen implicaciones mucho más negativas de lo que se suele pensar.
Tras la intervención del obispo de Bilbao, fue Domingo Sugranyes, director del seminario permanente, quien realizó el comentario de la sesión. Lo hizo señalando la ponencia de Monseñor Joseba Segura como un ejemplo del modo inductivo de elaboración de la Doctrina Social de la Iglesia. Esta se afirmó a lo largo del siglo XX como parte esencial de la tarea evangelizadora de la Iglesia y sobre la que se asienta en muchos casos la autoridad moral de los papas más allá de fronteras nacionales, credos o intereses, con capacidad para pronunciarse sobre problemas globales como el medio ambiente o el tráfico de personas. Pero los documentos de la Iglesia en los últimos años, marcados por grandes crisis económicas, han incorporado a menudo declaraciones en las que se critica con dureza las prácticas económicas y financieras más habituales, basándose aparentemente en una comprensión simplista de la palabra evangélica que hace imposible “servir a Dios y al dinero”. Sin embargo, no se puede reducir toda actividad económica a un “servir al dinero”, a la simple ganancia. En ocasiones se produce un juicio moral previo sobre temas conflictivos, como la competencia, mientras que esta es buena ante el riesgo de monopolios u oligopolios. El problema es antiguo: ya en el siglo IV se recoge una disputa entre la figura del productor agrícola, al que se considera virtuoso, y el comerciante al que algunos autores cristianos tachan de inmoral. Frente a esto, Ambrosio de Milán en Los deberes hace un análisis en el que se aleja de lugares comunes, critica que algunos productores especulen y camuflen en ese supuesto ejercicio virtuoso un comportamiento egoísta y antisocial. Este ejemplo de análisis previo al juicio moral, de los primeros siglos de la Iglesia, puede trasladarse a la actualidad, por ejemplo, con la dicotomía artificial y superficial que se puede leer en algunos textos eclesiásticos entre una economía financiera “mala” y una economía real, supuestamente “buena”.
No se puede reducir toda actividad económica a un “servir al dinero”, a la simple ganancia
Hay que recordar que la gran encíclica que pone las bases de la DSI, Rerum novarum, nace frente a las ideas marxistas y refleja dos ideas claves y estratégicamente potentes: la justa remuneración del trabajo y la función social de la propiedad. Hicieron falta 50 años entre el Manifiesto comunista y el texto de León XIII, tiempo que sirvió para desarrollar respuestas en múltiplos círculos de reflexión católicos. Cien años después fue Juan Pablo II quien legitimó la economía social de mercado, la economía de empresa y el beneficio como medición legítima del desempeño. También en ese caso hubo un largo tiempo de reflexión en el mundo católico durante los años de fuerte crecimiento después de la segunda guerra mundial.
Hoy nos encontramos ante una revolución quizás más profunda que la que se vivió en el siglo XIX y es necesario otro tiempo de reflexión para dar respuestas renovadas. Quizá no deba ser tan largo, pero debe ser igualmente inductivo. Hace falta encontrar formas para integrar la experiencia vivida de las decisiones económicas en la reflexión moral. Hará falta diálogo en ese nuevo proceso inductivo, hablar con expertos y participar en debates técnicos concretos. También habrá que escuchar a trabajadores, directivos y a la parte de la demanda. No bastará con denunciar el consumismo, habrá que educar a los consumidores para que tomen decisiones responsables.
El Papa Francisco ha seguido un camino inductivo para dar forma a su encíclica Laudato si’, que parte de la ciencia e ilumina desde el Magisterio la cuestión ecológica. Hará falta prudencia para abordar la nueva realidad económica sin que nadie se vea excluido del debate: escuchar a los considerados “privilegiados” (responsables occidentales) debe servir para poder inspirar actuaciones más eficaces contra la injusticia. Sin perjuicio de los experimentos innovadores e interesantes que se puedan promover, pero que son minoritarios, habrá que tener cuidado con la retórica al hablar de un nuevo modelo económico basado en la solidaridad. Es imprescindible situarse en la corriente mayoritaria de la vida económica, conocer sus engranajes para definir las actuaciones y encontrar espacios o “brechas” que permitan la humanización de la vida económica. Precisamente, ese ha sido el objetivo principal del seminario permanente El trabajo se transforma. A lo largo de sus sesiones se han podido identificar algunos ámbitos donde hay muchas posibilidades de actuación concreta:
- El análisis de las decisiones tecnológicas para discernir si buscan el aumento de la productividad del trabajo humano, o su sustitución.
- Intensificar la formación continua y básica de los trabajadores ante un cambio rápido e imprevisible de las habilidades específicas.
- Incrementar las políticas activas de empleo acercándolas a la situación real de los desempleados.
- Apoyar la reforma participativa de las empresas.
Las conclusiones del seminario se centrarán en recomendaciones actualizadas sobre las que se necesita la inspiración cristiana, a la vez empática y crítica ante el cambio socioeconómico.
Tras las intervenciones de Joseba Segura y Domingo Sugranyes, la última sesión también contó con las aportaciones del comité multidisciplinar de expertos reunido por la Fundación Pablo VI a lo largo de estos dos años de trabajo. Durante estas intervenciones se puso en valor la distinción entre empleo y trabajo y se quiso dar importancia a esa labor no remunerada que, durante la pandemia, se mostró indispensable, recordando que, en muchos casos, sin trabajo no remunerado no hay familia ni tampoco es posible que muchos acudan a sus puestos remunerados. En esta línea, se volvió a mencionar al Papa Francisco y su Laudato si´ cuando apela a la dimensión del cuidado en toda actividad humana. Se consideró la Doctrina Social de la Iglesia como una herramienta útil si se consigue recuperar esa división entre trabajo y empleo que permita poner el foco en la aportación al bien común del trabajo y frenando la tendencia individualizadora en la que nos encontramos, algo que está minando la base del sistema por culpa de la división generada por las diferencias existentes entre aquellos que sufren la precarización y los que no.
Se comentaron las dimensiones del trabajo que se deben recuperar para avanzar de forma positiva en su transformación: el valor del esfuerzo, su capacidad humanizadora y de labor compartida en busca de un proyecto común. Por supuesto, se insistió una y otra vez en la reflexión del trabajo creador que defiende la Iglesia. También se analizó el papel actual del Magisterio ante el mundo del empleo. Se reconoció que, en ocasiones, el mensaje de la DSI no aterriza en las pequeñas comunidades y, en ese sentido, se recordó la necesidad de que los propios laicos acerquen esos mensajes dando consecuencias prácticas a los grandes principios sociales de los que disponen. Aquí, hubo comentarios a favor de la idea de identificar las corrientes mayoritarias de la economía para poder mejorarlas. Sin embargo, también es necesario no perder de vista que lo que a nuestros ojos de occidentales aparece como el centro del tema, no lo es en países en que las decisiones económicas son el campo reservado de una pequeña minoría, sin beneficios para la mayoría.
El obispo de Bilbao tomó la palabra en la parte final del encuentro para reconocer que la velocidad a la que se producen los cambios “chocan” con la idea de una Iglesia que piensa en el largo plazo. Esto supone un reto que hay que afrontar para defender situaciones concretas en el corto plazo al tiempo que se analiza la situación más allá. En ese “aterrizar” los grandes principios de la DSI, Joseba Segura comentó la necesidad de fortalecer el modelo participativo de empresas, puesto que estas son mucho más que un elemento de producción y tienen un valor fundamental en la vida social y su estructura. Para ello, hay que superar el esquema tradicional de confrontación. También dejó claro que hay otro mundo más allá de las empresas occidentales y el Papa Francisco no se olvida de él en sus mensajes.
Durante esta última sesión se recuperó un debate tratado en otra jornada y que pone el foco en el nivel de control que se puede tener ante los cambios que se avecinan. Algunos expertos hablan de un periodo de inestabilidad del que surgirán unas estructuras completamente nuevas. Joseba Segura comentó en su turno de respuesta que, aunque esto fuese así, el hombre no se puede resignar a dejarse llevar por esta ola de cambio y la Iglesia tiene que aportar su visión ante esta posible revolución. También Domingo Sugranyes remarcó que, aunque las instituciones puedan cambiar con el tiempo, hoy ese futuro parece lejano y todavía existen en la actualidad espacios sobre los que trabajar, crear empleo y producir.
La educación volvió a ser un asunto clave que abordaron los miembros del comité. Se habló de la necesidad de dar a los jóvenes una formación que les haga competitivos, pero también otras capacidades que les permitan ser protagonistas de los cambios que están por llegar. También se hizo hincapié en una formación que haga cuestionarse a los alumnos por el “para qué”, recuperar el sentido de propósito de los estudiantes, muy ligado a la vocación, y el saber reconocer unos talentos que permiten llevar a término la misión única e irrepetible a la que están llamados. Se citaron, como ejemplo, los trabajos del neurólogo Viktor Frankl sobre el hombre y la búsqueda de ese sentido en la vida. Todo esto pasa, como ya se ha mencionado en otras reuniones, por no perder de vista una formación humanista y unos principios que, como recordó Joseba Segura al finalizar el encuentro, cada vez se defienden menos fuera del cristianismo.
Domingo Sugranyes cerró la última sesión ordinaria del seminario permanente convocando a una última jornada en la que se expondrán las conclusiones de este. Durante dos años de conversación y debate se han identificado ámbitos concretos en los que se puede actuar para recuperar el valor humano del trabajo.
Listado de asistentes en la sesión del 11 de mayo de 2023
- Jesús Avezuela Cárcel, director general de la Fundación Pablo VI
- Agustín Blanco, director de la Cátedra J. M. Martín Patino de la Cultura del Encuentro, Universidad Pontificia Comillas
- Nuria Chinchilla, profesora de Dirección de Personas en las Organizaciones y titular de la Cátedra Carmina Roca y Rafael Pich-Aguilera Mujer y Liderazgo, IESE
- Paul Dembinski, economista, Observatoire de la Finance, Ginebra
- José Luis Fernández Fernández, director de la Cátedra de Ética Empresarial, Universidad Pontifica Comillas
- Lorenzo Fernández Franco, Sociólogo y Profesor Jubilado de Sociología de la Empresa y de los Recursos Humanos, Universidad Complutense
- Santiago García Echevarría, Catedrático em. de Política Económica de la Empresa, Instituto de Dirección y Organización de Empresas y profesor Honorífico de la Universidad de Alcalá
- Raúl González Fabre, profesor, Universidad Pontificia Comillas
- Francisco Javier López Martín, exsecretario general, CCOO Madrid
- Cynthia Montaudon, directora del Observatorio de Competitividad y Nuevas Formas de Trabajo, Escuela de Negocios, UPAEP Universidad
- Joseba Segura Etxezarraga, economista, obispo de Bilbao
- Juan Manuel Sinde, presidente de la Fundación Arizmendiarrieta
- Domingo Sugranyes Bickel, director del seminario