Quien sufre una enfermedad en fase terminal, así como quien nace con una predicción de supervivencia limitada, tiene derecho a ser acogido, cuidado y rodeado de afecto. El encarnizamiento terapéutico no es el camino, pero “la eutanasia es un crimen contra la vida humana” y “toda cooperación formal o material inmediata a tal acto es un pecado grave” que “ninguna autoridad puede legítimamente imponer ni permitir”.
Lo dice la última Carta de la Congregación para la Doctrina de la Fe “Samaritanus bonus” sobre el cuidado de las personas en las fases críticas y terminales de la vida, aprobada por el Papa Francisco el pasado mes de junio y publicada este martes, 22 de septiembre. Un texto que aparece en medio de una campaña política y mediática de petición de leyes que permitan la eutanasia o el suicidio asistido como salida para las personas que sufren una enfermedad grave o incurable o, incluso, para aquellas que están solas o tienen problemas psicológicos.
“Incurable no es nunca sinónimo de ‘in-cuidable’”, dice el documento. También cuando “la curación es imposible o improbable, el acompañamiento médico y de enfermería, psicológico y espiritual, es un deber ineludible, porque lo contrario constituiría un abandono inhumano del enfermo". Por eso, "estar con" el enfermo, acompañarlo escuchándolo, haciéndolo sentirse amado y querido, es lo que puede evitar la soledad, el miedo al sufrimiento y a la muerte, y el desánimo que conlleva: elementos que hoy en día se encuentran entre las principales causas de solicitud de eutanasia o de suicidio asistido.
La carta se centra también en la necesidad de ayudar a las familias: “es necesario que los Estados reconozcan la función social primaria y fundamental de la familia y su papel insustituible, también en este ámbito, destinando los recursos y las estructuras necesarias para ayudarla”.