Me ha impactado fuertemente la muerte de Verónica Forqué… No se trata de buscar culpables, sino soluciones. Tenemos un problema, y no pequeño.
Cada año se suicidan en el mundo más de 700.000 personas. Muchas más intentan hacerlo. Puede ocurrir a cualquier edad: también los niños y los adolescentes se suicidan.
Hace unos días conocíamos que España afronta su máximo histórico de suicidios: 4.000 personas decidieron quitarse la vida en 2020, el peor dato desde que se tienen registros. Catorce eran menores de 15 años.
El vínculo entre suicidio y trastornos mentales (en particular, depresión y consumo de alcohol y otras sustancias adictivas) está bien documentado. No obstante, no olvidemos los derivados de problemas económicos, ruptura de relaciones, enfermedades crónicas, abusos, pérdida de seres queridos, aislamiento y soledad.
Sabemos que la pandemia ha disparado los trastornos psiquiátricos y los casos de depresión e ideación suicida. En niños y adolescentes se han triplicado. Muy serio es también lo que está pasando entre los profesionales sanitarios, quienes trabajan en residencias de ancianos y entre los profesores de nuestros colegios e institutos. El País publicó hace unas semanas una portada brutal: “España en terapia”.
Todo esto acontece en un sistema sanitario que ya era precario, con una ratio de psiquiatras y psicólogos muy por debajo de la media europea y con carencias gravísimas en cuanto a servicios residenciales y unidades de apoyo. A pesar de que desde hace años la OMS reconoce que el suicidio -y en general la salud mental- debe ser una prioridad absoluta para la salud pública.
Eso sí, nosotros a lo nuestro: aprobamos de manera exprés una ley para garantizar la eutanasia y el suicidio médicamente asistido…
Recuperemos la compasión y el sentido comunitario
Ser amable y compasivo es mucho más que una buena idea. Es algo que debemos hacer si queremos engrasar la convivencia social, si queremos construir sociedades verdaderamente humanas, en las que todos estemos a gusto.
Si llegar a ser una buena persona es el objetivo de la Ética, dicho objetivo ha de consistir antes de nada en preocuparse por los demás y, en especial, por los más necesitados de ayuda. Hay que garantizar ese sentido de pertenencia del que hablaba Maslow.
Pero mirando a mi alrededor lo que observo es que ni la amabilidad ni la compasión están al orden del día. Ni siquiera en muchos profesionales a los que se les presupone tanto lo uno como lo otro por el sitio en el que trabajan. Veo, también, que nuestras ciudades son cada vez más agresivas y favorecen menos la inclusión; que aumenta el sufrimiento por la soledad no deseada; que muchos enfermos -demasiados- mueren sin una mano amiga.
Es la hora de recuperar un discurso que ya antes de la pandemia algunos se habían atrevido a formular poniendo negro sobre blanco: me refiero al de las ciudades amigables, compasivas y saludables, en cuyo núcleo late con fuerza el concepto de cuidar. De ello nos habla Victoria Camps en su último libro, Tiempo de cuidados; de ello escribo yo en mi Bioética en tiempos del COVID-19.
“Debemos avanzar hacia una sociedad cuidadora. Una sociedad donde los más desvalidos no se sientan abandonados, una sociedad menos arrogante, en la que sus miembros, sin excepciones ni dispensas de ningún tipo, estén dispuestos a hacerse cargo de la contingencia humana en todas sus manifestaciones”, escribe la filósofa catalana en la página 52 de su libro.
“La experiencia de la vulnerabilidad no sólo describe lo que es la realidad sino que tiene un carácter eminentemente prescriptivo: frente a la vulnerabilidad del otro no puedo permanecer pasivo, indiferente o inmutable, debo poner todo lo que pueda de mi parte para mitigar esa vulnerabilidad y ayudar al otro a desarrollar su autonomía personal (…) Me debo al otro, tengo que responder a sus necesidades, no puedo dejarle a la intemperie: estas ideas engarzan perfectamente con la mejor tradición ética de nuestra Historia, tanto filosófica como religiosa (…) Hoy como ayer, por consiguiente, se hace necesario refrendar e intensificar una Antropología, una Ética e incluso una Pedagogía de la fragilidad, la vulnerabilidad y la dependencia”, escribo yo en las páginas 88 y 89.
La democracia liberal ha sido estupenda para muchas cosas, pero tiene también sus puntos débiles. Uno de ellos es que fomenta un individualismo atroz, el problema es que en las sociedades liberales cada uno va a lo suyo y la indiferencia creces a pasos agigantados, y con ello el sufrimiento de los más frágiles. Una realidad que es necesario revertir con urgencia.
Ciudades globales amigables con los mayores: Una Guía
No se trata de generar nuevos ríos de tinta, de formular fantásticos planes que luego se quedan sólo en eso, en brillantes ejercicios retóricos… urge pasar a la acción, sin dilaciones, con pequeñas acciones que, sumadas unas a otras, vayan cambiando la actual situación. Cada uno habrá de ver en la soledad de su conciencia qué es lo que puede aportar que, no me cabe la menor duda, será mucho y valioso.
Pero no cabe duda de que las buenas reflexiones son importantes. Corría el año 2005 cuando la Organización Mundial de la Salud comenzó a hablar de ciudades globales amigables con los mayores. Fue en el XVIII Congreso Mundial sobre Gerontología celebrado en Río de Janeiro (Brasil). Un par de años después la OMS publicó el documento que da título a este apartado (https://www.who.int/ageing/AFCSpanishfinal.pdf).
En nuestro país hay dos iniciativas en esa línea que merecen ser destacadas, de las que se puede obtener mayor información en sus respectivas webs. Me refiero al proyecto “Ciudades compasivas” de la Fundación New Health, creada en el año 2013 por el Dr. Emilio Herrera Molina, médico paliativista; y al proyecto “Ciudades que Cuidan” puesto en marcha en 2019 por la Fundación Mémora.
De lo que se trata es de hacer realidad no sólo un modelo de atención integrada (sanitaria, social y comunitaria) para las personas ancianas, las personas con discapacidad, las personas con una enfermedad mental o las personas en última etapa de vida a causa de una enfermedad terminal, mejorando de esta manera la eficacia y eficiencia de las organizaciones que prestan servicio a estos colectivos y, como resultado final, garantizando el bienestar de estas personas. La cosa va mucho más allá: crear un estilo de vida y de convivencia basado en la fraternidad, el ingrediente olvidado de la tríada revolucionaria.
Recuérdese que el artículo primero de la Declaración Universal de los Derechos Humanos sea de este tenor: “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros”. Y que el himno europeo, la melodía que simboliza a la UE, procede de la Novena Sinfonía compuesta en 1823 por Beethoven, que decidió poner música a la Oda a la Alegría escrita por Schiller en 1785, todo un canto a la fraternidad.
La fraternidad ensancha el horizonte de la libertad y de la igualdad. Y esto atañe, lógicamente, al Estado. No sólo, ni mucho menos; pero también. Antonio Pau, Presidente de la Sección Primera, de Derecho Civil, de la Comisión General de Codificación, Consejero de Estado, no lo podía decir mejor: “Hay que ir más allá de un Estado social de Derecho, hay que llegar a un Estado social y solícito de Derecho. Los organismos públicos tienen que tratar a los ciudadanos con cuidado, con solicitud, con cercanía. Ahora –es penoso decirlo– sucede todo lo contrario: los organismos públicos tratan a los ciudadanos con indiferencia, cuando no con displicencia”[1].
Cuando se cumplen 50 años de su publicación, recordemos también que Rawls recupera la idea de una fraternidad despojada de sentimentalismo en su famoso libro Teoría de la justicia: “El principio de fraternidad resulta una pauta perfectamente realizable (…) impone exigencias muy definidas a la estructura básica de la sociedad”[2].
Para cuidar bien hay que sentirse cerca de la persona que requiere cuidados, no sólo estar físicamente cerca de ella. Por eso la compasión -lo que hoy muchos prefieren llamar empatía- es el núcleo del paradigma del cuidado. Un sentimiento que, como cualquier otro, hay que sembrar y cultivar, no venimos de fábrica con él (y aunque viniéramos, como sostienen algunos autores, como cualquier otra característica humana, debe ser atendida y alimentada para que se desarrolle y podamos perseverar en ella).
“Nadie nace siendo buena persona; conseguir un comportamiento correcto es una cuestión de educación, repetición machacona de actos, corrección de reacciones inadecuadas, voluntad de mejorar. El objetivo de la ética así entendida es construir un ethos, un carácter, una manera de ser que llegue a consolidarse en la persona y no la abandone porque ya forma parte de su sensibilidad o de su constitución moral. De ahí la importancia que tiene la formación en la ética. Es necesario recordar esa concepción de la ética cuando se tiende a pensar que basta aprender o suscribir un código o un decálogo de normas para que la moralidad de las personas cambie. La ética no es sólo un compendio de principios; es la forja de un carácter en torno a un conjunto de cualidades o virtudes”, nos recuerda Victoria Camps[3].
Mi fe me dice que Verónica Forqué ya está descansando en los brazos de Dios. Su muerte, como la de tantos otros, tiene que ser un aldabonazo para nuestras conciencias. Finalizo mi exposición con estas hermosas palabras del Papa Francisco:
“Hoy podemos reconocer que nos hemos alimentado con sueños de esplendor y grandeza y hemos terminado comiendo distracción, encierro y soledad; nos hemos empachado de conexiones y hemos perdido el sabor de la fraternidad. Hemos buscado el resultado rápido y seguro y nos vemos abrumados por la impaciencia y la ansiedad. Presos de la virtualidad hemos perdido el gusto y el sabor de la realidad. El dolor, la incertidumbre, el temor y la conciencia de los propios límites que despertó la pandemia, hacen resonar el llamado a repensar nuestros estilos de vida, nuestras relaciones, la organización de nuestras sociedades y sobre todo el sentido de nuestra existencia”[4].
José Ramón Amor Pan,
Coordinador del Observatorio de Bioética y Ciencia de la Fundación Pablo VI
[1] PAU, A., “El principio de igualdad y el principio de cuidado, con especial atención a la discapacidad”, Revista de Derecho Civil, vol. VII, núm. 1 (2020) 24.
[2] RAWLS, J., Teoría de la justicia (Fondo de Cultura Económica. México 2006), p. 108.
[3] CAMPS, V., Tiempo de cuidados (Arpa. Barcelona 2021), pp. 147-148.
[4] PAPA FRANCISCO, Fratelli tutti, n. 33.