El Vaticano ha hecho público hoy el Mensaje que el papa Francisco ha escrito con ocasión de la celebración de la Jornada Mundial del Enfermo el próximo 11 de febrero. Este año la Jornada tiene un sabor especial porque es su treinta aniversario, como nos recuerda Francisco.
Un matiz que a veces pasa desapercibido es que Juan Pablo II instituyó esta Jornada para sensibilizar a católicos y no católicos sobre la necesidad de asistir a los enfermos y a quienes los cuidan. Nunca lo debiéramos perder de vista, pero mucho menos en estos momentos: los profesionales sanitarios están sufriendo un desgaste brutal a causa de la pandemia, a nivel físico y mental, y quienes tienen la responsabilidad de atender ese desgaste no lo están haciendo. Y aunque éste es uno de los grandes problemas que tienen planteados en general todos los sistemas sanitarios, el caso español es particularmente grave.
El Papa, al hacer un sentido recordatorio de todos aquellos enfermos que, a causa de la actual situación sanitaria, han tenido que vivir “la última etapa de su existencia atendidos, sin lugar a duda, por agentes sanitarios generosos, pero lejos de sus seres queridos y de las personas más importantes de su vida terrenal”, formula una de las dos tesis del mensaje: “Queridos agentes sanitarios, su servicio al lado de los enfermos, realizado con amor y competencia, trasciende los límites de la profesión para convertirse en una misión”.
El segundo núcleo temático del documento consiste en “reafirmar la importancia de las instituciones sanitarias católicas: son un tesoro precioso que hay que custodiar y sostener; su presencia ha caracterizado la historia de la Iglesia por su cercanía a los enfermos más pobres y a las situaciones más olvidadas”, a las que no duda en calificar como “posadas del buen samaritano” y “casas de la misericordia”.
No es la primera vez que el papa Francisco llama nuestra atención sobre cuál es la esencia de hospitales y residencias de la Iglesia, ni sobre la necesidad de permanecer atentos y firmes en custodiar esa esencia para evitar cualquier posible forma de desnaturalización por la vía económica y mercantil.
Francisco siente la urgencia de renovar este llamamiento porque estamos viviendo “en una época en la que la cultura del descarte está muy difundida y a la vida no siempre se le reconoce la dignidad de ser acogida y vivida”. De ahí “la importancia de contar con la presencia de testigos de la caridad de Dios”, de que hospitales y residencias de la Iglesia sean “un ejemplo en la protección y el cuidado de toda existencia, aun de la más frágil, desde su concepción hasta su término natural”, siempre con un único objetivo: “derramar sobre las heridas de los enfermos el aceite de la consolación y el vino de la esperanza, siguiendo el ejemplo de Jesús, misericordia del Padre”.
José Ramón Amor Pan,
Coordinador del Observatorio de Bioética y Ciencia de la Fundación Pablo VI