A propósito del mensaje del Papa para la XXXI Jornada Mundial del Enfermo
El papa Francisco acaba de hacer público su tradicional mensaje para la Jornada Mundial del Enfermo: impresiona ver cómo en tan pocas páginas es capaz de ofrecer un ramillete de reflexiones tan oportunas y necesarias, perfectamente trabado y fundamentado en una antropología relacional de validez universal. Me atrevo a calificarlo como pequeño tratado bioético para la vida cotidiana.
Parte de un dato claro, puesto de manifiesto por la Antropología y la Sociología: “La enfermedad forma parte de nuestra experiencia humana. Pero, si se vive en el aislamiento y en el abandono, si no va acompañada del cuidado y de la compasión, puede llegar a ser inhumana”. ¡Este es el meollo del asunto! ¡Este es el verdadero problema ético!
Es preciosa la metáfora del caminar juntos que utiliza el papa, de una gran simplicidad, pero al mismo tiempo de una enorme hondura: “Cuando caminamos juntos, es normal que alguien se sienta mal, que tenga que detenerse debido al cansancio o por algún contratiempo. Es ahí, en esos momentos, cuando podemos ver cómo estamos caminando: si realmente caminamos juntos, o si vamos por el mismo camino, pero cada uno lo hace por su cuenta, velando por sus propios intereses y dejando que los demás “se las arreglen”.
A veces en Bioética nos enredamos en disquisiciones que en nada ayudan al que necesita de nosotros. Uno de los temas largamente analizados a lo largo de la historia del pensamiento occidental, sobre todo en los dos últimos siglos, tiene que ver con lo que en Ética se denomina la falacia naturalista. El papa Francisco nos ofrece un párrafo para enmarcar: “No es fácil distinguir cuáles agresiones contra la vida y su dignidad proceden de causas naturales y cuáles, en cambio, provienen de la injusticia y la violencia. En realidad, el nivel de las desigualdades y la prevalencia de los intereses de unos pocos ya afectan a todos los entornos humanos, hasta tal punto que resulta difícil considerar cualquier experiencia como “natural”. Todo sufrimiento tiene lugar en una “cultura” y en medio de sus contradicciones”. Moraleja: lo determinante es solventar las agresiones contra la vida y su dignidad, construir entre todos ciudades que cuidan, ciudades compasivas, sociedades menos arrogantes.
Aborda, a continuación, una cuestión que afecta de manera particular a las sociedades económicamente más desarrolladas: “Nunca estamos preparados para la enfermedad. Y, a menudo, ni siquiera para admitir el avance de la edad. Tenemos miedo a la vulnerabilidad y la cultura omnipresente del mercado nos empuja a negarla. No hay lugar para la fragilidad. Y, de este modo, el mal, cuando irrumpe y nos asalta, nos deja aturdidos”. Y hace una anotación que debería ponernos los pelos de punta: “Puede suceder, entonces, que los demás nos abandonen, o que nos parezca que debemos abandonarlos, para no ser una carga para ellos”. Esto último explica, en buena medida, la actual expansión de la eutanasia, que no es tanto el triunfo de la autonomía -por mucho que así quieran venderla sus partidarios- como el fracaso de unas sociedades que son cada vez más hostiles a la fragilidad, la vulnerabilidad y la discapacidad, lo cual hace mella, muchas veces de manera inconsciente, en la conciencia de las personas enfermas.
Insiste el Papa: “Todos somos frágiles y vulnerables; todos necesitamos esa atención compasiva, que sabe detenerse, acercarse, curar y levantar”. Y de ahí extrae una conclusión que no por obvia es menos provocativa: “La situación de los enfermos es, por tanto, una llamada que interrumpe la indiferencia y frena el paso de quienes avanzan como si no tuvieran hermanas y hermanos”.
Hace una aplicación muy lúcida a la actual situación postpandemia: “Los años de la pandemia han aumentado nuestro sentimiento de gratitud hacia quienes trabajan cada día por la salud y la investigación. Pero, de una tragedia colectiva tan grande, no basta salir honrando a unos héroes. El COVID-19 puso a dura prueba esta gran red de capacidades y de solidaridad, y mostró los límites estructurales de los actuales sistemas de bienestar. Por tanto, es necesario que la gratitud vaya acompañada de una búsqueda activa, en cada país, de estrategias y de recursos, para que a todos los seres humanos se les garantice el acceso a la asistencia y el derecho fundamental a la salud”.
Efectivamente, como yo mismo señalé en mi libro Bioética en tiempos del COVID-19, el coronavirus no fracturó ningún sistema, ni el sanitario ni el social: sólo puso en evidencia sus carencias y limitaciones, que no pocos veníamos denunciando desde hacía tiempo, con escaso éxito, todo hay que decirlo, porque los gestores públicos ni quisieron ni quieren ver, por desgracia, esas carencias y limitaciones. Por eso la reflexión del papa Francisco es tan pertinente. Por eso es tan importante poner en valor el cuidado y la compasión como elementos vertebradores de la sociedad, como valores éticos -y, por tanto, políticos- absolutamente nucleares, algo en lo que, gracias a Dios, empezamos a confluir autores de muy distintas procedencias y tradiciones morales.
“El 11 de febrero de 2023 miremos al Santuario de Lourdes como una profecía, una lección que se encomienda a la Iglesia en el corazón de la modernidad. No vale solamente lo que funciona, ni cuentan solamente los que producen. Las personas enfermas están en el centro del pueblo de Dios, que avanza con ellos como profecía de una humanidad en la que todos son valiosos y nadie debe ser descartado”.
En suma, estamos ante un texto valioso, no sólo para los católicos; breve, de fácil y agradable lectura, características todas ellas dignas de encomio; con una aplicabilidad clara, tanto en el nivel social como en el más individual y personal. Por todas estas razones, creo que estamos obligados a contribuir a su difusión.
José Ramón Amor Pan
Observatorio de Bioética y Ciencia