Laudate Deum
La Exhortación Apostólica Laudate Deum (LD) del Papa Francisco, presentada el 4 de octubre de 2023, vuelve a ser una llamada de atención ante el grito de la Tierra y el grito de los pobres, que ya escuchamos en Laudato Si’ (LSi) hace ocho años.
En esta ocasión el Papa vuelve a interpelarnos, nos grita: no se está haciendo lo suficiente ante la crisis climática, no se está avanzando en los compromisos internacionales; más hondo aún… sigue la incredulidad, la burla constante y el desprecio ante una realidad que nos está afectando a todos en nuestra vida diaria. De hecho, estamos muy cerca de llegar a un punto de no retorno. Las consecuencias pueden ser devastadoras si no se toman medidas, hoy y ahora.
Las medidas principales, reconoce muy bien el Papa, tienen que ser de política internacional y acuerdos multilaterales, pero esto no quita que haya un lugar importante para los compromisos personales y comunitarios, que dependen en gran medida de un cambio cultural, y de un cambio en el corazón. Una responsabilidad, una conversión ecológica, término de Laudato Si, que sigue siendo muy necesaria, para todos, para todas las personas de buena voluntad, y especialmente, para los católicos. Si vemos nuestra relación con la naturaleza con una mirada de fe, comprenderemos que somos custodios y no dueños de la creación, que el planeta es nuestra Casa Común, en la que todos somos hermanos.
La estructura de Laudate Deum es sencilla, son poco más de veinte páginas, muy centradas en la crisis climática. No tiene la ambición temática ni pastoral de Laudato Si. Los grandes temas, los grandes fundamentos teológicos y las propuestas políticas, educativas, pastorales, siguen en plena vigencia desde la encíclica sobre el Cuidado de la Casa Común de 2015, y de hecho, es una maravillosa invitación a volver a leerla. Ahora el Papa centra mucho el foco: “El mundo que nos acoge se va desmoronando y quizás acercándose a un punto de quiebre” (LD 2)
La crisis climática actual
En una primera parte nos presenta una actualización de los datos objetivos, que no por mucho escucharlos dejan de ser importantes. El cambio climático es uno de los principales desafíos a los que se enfrenta la sociedad. Los efectos son soportados especialmente por las vidas y las familias de muchas personas.
Los fenómenos climáticos extremos cada vez son más frecuentes e intensos. Estamos llegando a aumentos de la temperatura que pronto serán insostenibles, con consecuencias para la vida de las personas y del medio natural que nos rodea.
Para las personas porque ante sequías, inundaciones, huracanes, aumentos de la temperatura, subidas del nivel del mar, derretimiento de los polos… Los más afectados son los más vulnerables, los niños, ancianos, los más desfavorecidos, los pobres que pierden medios de vida, su trabajo, incluso sus viviendas, y se ven obligadas a emigrar, a buscar otras tierras que les acojan ante la falta de un futuro mejor, sin esperanza por delante.
Para el medio natural que nos rodea porque no sólo la tierra se seca o se inunda de manera descontrolada y acelerada, también los océanos se acidifican y pierden oxígeno (cambiando la regulación natural que nos sustenta a los seres vivos, incluidos los seres humanos), se pierden especies constantemente, la biodiversidad está cambiando y el aire, la tierra, el agua.
El Papa Francisco también lo dice: ciertos diagnósticos pueden parecer apocalípticos, pero no hay que ser irracionales y ciegos. Algunos daños ya son irreversibles, pero estamos a tiempo de evitar más daño todavía. Estamos a tiempo. Y el Papa nos pide responsabilidad.
Los límites éticos de la tecnología y la economía
Esta responsabilidad pasa por reconocer que los seres humanos somos los principales causantes del daño al medio ambiente. Es lo que llama el “paradigma tecnocrático”. En Laudato Si, el Papa ya había expuesto un capítulo entero, sobre “la raíz humana de la crisis ecológica” (cap. 3), ahora profundiza en ello. Ante la idea de un ser humano sin límites, sin ética, sin responsabilidad, el “paradigma se retroalimenta monstruosamente” (LD 21). Pero la tecnología es neutra, ni buena ni mala, el problema es la obsesión que hay detrás: acrecentar el poder humano más allá de lo imaginable. La tecnología dispara las capacidades del ser humano, mal gestionadas o sin escrúpulos, hacia un poder absoluto que produce escalofríos. No solo para el medio ambiente, sino para el ser humano que se convierte en “el peor peligro para sí mismo” (LD 73)
Y por eso hay que poner el dedo en la llaga, meter el aguijón ético, en medio del poder, la economía, la tecnología sin control, sin valores y sin respeto por la dignidad humana.
En un mundo de falsas promesas, los mecanismos de manipulación y la información falsa, hacen creer que un progreso humano sin límites es posible, cuando, denuncia el Papa de manera contundente: lo que encontramos es tierra arrasada, regiones desoladas, y un mundo menos habitable, sin vida, sin alegría y sin esperanza. (LD 29)
Y esto no es algo natural, inevitable, es fruto de la acción humana, sobre todo por la ambición económica, del poder, del beneficio, del progreso absoluto… que arrasa lo que pilla por delante, sin escrúpulos, como un poder absoluto que todo lo domina. Y por ello, el Papa nos invita a una reflexión sobre nuestro uso del poder, cuál es su sentido, sus límites, a quién sirve o servimos. Pero el Papa no se lo pregunta a los “poderosos” de la tierra o a los grandes responsables políticos, nos lo pregunta a cada uno de nosotros ¿qué sentido tiene mi vida, mi paso por esta tierra, qué sentido tienen, en definitiva, mi trabajo y mi esfuerzo? (LD 33)
La conversión interior
Además “no hay ecología sin una adecuada antropología” (118 LSi) y ahora sí, es el momento de meter otro dedo en la llaga: la necesaria conversión ecológica. En Laudato Sí está explicado de manera mucho más profunda, ahora en Laudate Deum, sin incluir este término, sí recoge su significado.
Seguimos ante la incredulidad, peor aún, ante la burla y el desprecio de un fenómeno que requiere una conversión cultural que es una conversión del corazón. Sin cambiar el corazón de cada una de las personas, no hay solución verdadera. Habrá apariencia de hacer cosas, parcheos... pero no una acción directa a las causas que corrijan de raíz el problema. Porque no nos creemos que esto es un problema, empezando por muchos católicos, que desprecian el problema ecológico como algo secundario, un entretenimiento de los satisfechos. Pero el Papa mira mucho más lejos, y nos invita a ver los efectos en la naturaleza, como una consecuencia de nuestra vida interior. Así lo decía Benedicto XVI y lo recoge Francisco en Laudato Si “Si los desiertos exteriores se multiplican en el mundo, es porque se han extendido los desiertos interiores” (LSi 217). La crisis ecológica es una llamada a una profunda conversión interior, vivir en plenitud el encuentro con Jesucristo, la vocación de ser protectores de toda la obra de Dios.
Un multilateralismo más eficaz: cultura del encuentro entre naciones
Los problemas globales requieren soluciones globales, por eso, el multilateralismo y la política internacional tienen la primera responsabilidad de cambiar este rumbo. El medio ambiente es un Bien Público Global, la acción positiva de uno, beneficia a todos sin exclusión. Pero la acción de todos unidos, multiplica por mil el beneficio para todos. Por ello son necesarios grandes acuerdos entre naciones desde la lógica del Bien Común, que asuman verdaderamente la responsabilidad y cambien su manera de producir, de desarrollarse, de progresar. Nadie está pidiendo un decrecimiento, sino un desarrollo que sea sostenible, un crecimiento inclusivo y equitativo, responsable con las personas y el planeta. Un desarrollo, en definitiva, humano, integral y sostenible.
Y esto no es algo milagroso, es algo que ya se ha producido. Sin ir más lejos, en 1992 con los Acuerdos de Río, en 1997 con la COP de Kyoto, en 2015 con el Acuerdo de París. Todo ellos son ejemplos de que “Nosotros, los pueblos”, nos pusimos de acuerdo. El Acuerdo de París supuso un punto de inflexión, por hacer vinculantes muchas de las medidas adoptadas frente al cambio climático. La pandemia y la guerra han desviado y desanimado el rumbo. Los países más pobres se ven incapaces de asumir los compromisos y hace falta una verdadera política internacional desde una lógica del bien común que permita el desarrollo de los más desfavorecidos, de manera acelerada pero sostenible.
A esto llama el Papa Francisco, a repensar el multilateralismo para hacerlo más eficaz, más ágil, impulsado por la búsqueda del Bien Común. Es la cultura del encuentro llevada entre las naciones, donde cooperan y no compiten.
Esta es la esperanza concreta de la COP28 de Dubai, el próximo encuentro de la Conferencia de las Partes (la reunión anual para revisar los compromisos asumidos para frenar el cambio climático), que deberá acelerar las medidas de transición energética. Actualmente los combustibles fósiles siguen proveyendo el 80% de la energía mundial (y en aumento), las emisiones de gases de efecto invernadero no disminuyen lo suficiente ni en todas las regiones del planeta.
Queda mucho trabajo por hacer, mucho por decidir, pero sobre todo queda una convicción seria y responsable que nos sitúe ante la realidad que nos rodea: el mundo no se está calentando, el mundo está hirviendo. Estamos a tiempo de frenarlo, por el bien de todos, de los más pobres, de los más vulnerables, de nuestros ancianos y niños, de nuestros refugiados climáticos, de las generaciones futuras… pero también de todas las criaturas, de todas las especies animales y vegetales que nos rodean, que nos sustentan. Es un camino de sabiduría, acaba diciendo el Papa Francisco, un camino en comunión y en compromiso, en humildad y servicio de unos con otros. Una respuesta con una mirada de fe que nos invita, con todas las criaturas, a Alabar a Dios.
Marta Pedrajas Herrero
Facultad de Ciencias Políticas y Sociología
Fundación Pablo VI y UPSA