Un total de 850.000 mayores de 80 años viven solos en sus casas en España, una de cada tres personas dicen sentirse solas, y en una sociedad «hiperconectada» se da la paradoja de que alguien puede morir solo sin que nadie a su alrededor se dé cuenta en semanas. Mientras la investigación médica arroja resultados esperanzadores en el ámbito de la oncología, la neurología o la genética y aumenta la esperanza de vida, la soledad se cronifica, llevando a quienes la padecen a perder una de las batallas más importantes para superar una enfermedad: la esperanza. Este año la Jornada Mundial del Enfermo se ha centrado precisamente en esta nueva enfermedad que avanza imparable en un mundo en el que palabras y gestos como acompañar, escuchar o cuidar se pierden entre las prisas, los ruidos y las urgencias. José Ramón Amor Pan, nuevo presidente del Comité de Ética Asistencial del Complejo Hospitalario Universitario de A Coruña y coordinador del Observatorio de Bioética y Ciencia de la Fundación Pablo VI, trabaja cada día en esa medicina que cura por dentro, cuando por fuera no hay nada más que se pueda hacer.
P.- ¿Es la soledad la epidemia del siglo XXI?
R.- Creo que no. Es la consecuencia de las verdaderas epidemias: el individualismo y el narcisismo exacerbados hasta el infinito por el consumismo. Esto conviene tenerlo claro porque, de lo contrario, nos equivocaremos en la búsqueda de las soluciones: si la soledad es el problema, lo solucionamos proporcionándole un robot al anciano o al enfermo, como proponen algunos. Pero esto no haría más que agravar el problema.
P.- Una estadística publicada hace unas semanas, resultante de los casos vistos en hasta 11 residencias de Madrid, arroja un triste dato: que solo un 40% de los residentes de esos centros recibe visitas entre los meses de enero y junio; y un 15%, en el intervalo de julio a septiembre. Una cifra que demuestra que cuanto más tiempo libre tienen las familias, menos visitas reciben. ¿Percibes este comportamiento en las familias de los enfermos y ancianos que visitas en residencias y hospitales?
R.- No sabría decirte… Lo que sí sé es que aumentan los casos en los que apenas reciben visitas, o estas son más breves y menos significativas (se va para cumplir, nada más).
P.- ¿Qué reclaman esas personas a las que atiendes en el día a día? ¿Cómo se mitiga esa soledad y abandono?
R.- Que siguen siendo importantes para alguien, que no están solos, que hay alguien que se preocupa por ellos, alguien que abraza y acaricia, que escucha sin juzgar… Aparecer con una cerveza a la hora de la comida o con un pastel a la hora de la merienda (¡siempre con el permiso del médico!); cantarle una canción mientras la coges de la mano y la miras a los ojos con toda la ternura que el Espíritu Santo te inspira en ese momento; ir corriendo a comprar unas pilas para el audífono porque sin él no oye absolutamente nada y no hay quien se las vaya a comprar; invitar a un violinista de la Sinfónica para que le toque el día en que la enferma cumple 28 años, siendo todos conscientes de que le quedan pocos días en este mundo, sacándolo al jardín en una espléndida tarde de sol… Son pequeñas cosas, pequeños gestos, pero que para el enfermo son auténticas enormidades. Y todo desde el corazón, con autenticidad, sin postureos, porque el enfermo lo detecta rápidamente… si ese día, por lo que sea, no estás bien, no debes tratar de ocultárselo, que te vea de carne y hueso, porque somos sanadores heridos.
P.- ¿Se han convertido los ancianos y los enfermos crónicos en un estorbo para nuestro modelo actual de vida? ¿Os es que hemos perdido la capacidad de sentir compasión?
R.- Sí, a lo primero. Respecto a lo segundo, no. Lo que sucede es que «ojos que no ven, corazón que no siente», ¿me explico?, por eso lo mejor es no ir o ir solo a cumplir. Y, además, hemos pervertido el término y lo confundimos con el sentimentalismo, con la emoción que no lleva a la aceptación de la realidad y al compromiso. Añade la autorreferencialidad (o el narcisismo del que te hablaba antes) y tienes la tormenta perfecta.
P.- Este sentido práctico y utilitarista de la vida, por un lado, y la soledad y sentimiento de abandono, por otro, podría «justificar» 42 de algún modo el auge de las corrientes proeutanasia…
R.- Sí, sin duda. Si ya no le importo a nadie y además tengo problemas de salud, lo mejor es morirse cuanto antes. Por eso hay que dudar de la libertad y voluntariedad de la petición de eutanasia (o del suicidio asistido, que tanto da), porque en cierto modo son las circunstancias las que te están empujando a pedir lo que, en otra situación diferente, jamás se te pasaría por la cabeza.
P.- Por otro lado, en una sociedad cada vez más envejecida, con trabajos más inciertos, y dominada por la tecnología, ¿no hay en el fondo de las leyes «proeutanasia» criterios economicistas?
R.- No, creo que no. Lo que hay es mucha demagogia, a raudales, pero creo que razones económicas realmente no existen.
P.- Cuando se habla de la figura del médico, todos pensamos inmediatamente en la persona que tiene que diagnosticar una enfermedad, primero, e intentar curarla, después. Pero, cuando llega el momento de la convalecencia o de una enfermedad grave, hay otras muchas cosas que el paciente necesita y que, quizá, no recibe: escucha, empatía, compasión. ¿Está cada vez más la medicina alejada de la compasión?
R.- Por desgracia tengo que responder afirmativamente. Y ya no es que lo perciba yo, es que los mismos médicos que aún se esfuerzan por ser humanistas te lo dicen; y empieza a haber también literatura al respecto, incluso artículos publicados en revistas médicas de factor de impacto alto. Y es una de las razones que se aduce para explicar el incremento del síndrome del profesional quemado y también el incremento del número de suicidios entre los médicos.
P.- Una parte importante de la escucha, se aborda desde la 43 Pastoral de la Salud en los hospitales. Pero, en muchas comunidades autónomas, se está pidiendo su desaparición de los centros públicos, como si fuera un lujo o un tema muy específico de los católicos…. ¿Cómo podría valorarse el impacto de su desaparición?
R.- Quienes van a pagar los platos rotos van a ser los más débiles y vulnerables, como siempre ocurre. Mira, las 2/3 partes de mi tiempo en el hospital no tienen un contenido religioso, sino de escucha, de acompañamiento… con decirte que en el año que llevo en el hospital he atendido a dos personas claramente no creyentes y a varias más que no se manifestaron al respecto, pero en todos los casos necesitaban hablar, querían recibir una visita al menos; también he acompañado a un budista… Si no estuviera yo, ¿quién iba a hacer ese servicio? Yo no estoy ahí para hacer proselitismo, sino para servir, para transmitir en la medida de lo posible el rostro de un Dios que nos ha creado por amor y para el amor, que es Padre y no juez.
Intento aplicar lo que decía Pablo VI en Evangelii Nuntiandi, sobre todo lo que pone en los números 21 y 41: El hombre contemporáneo escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan; o si escuchan a los que enseñan, es porque dan testimonio. Yo voy a visitar a alguien cuando lo pide el afectado o su familia; también, y esto creo que es importante, cuando me lo indica el médico, la trabajadora social o el personal de enfermería. A este respecto, he de subrayar que los profesionales sanitarios me han acogido muy bien, como uno más.
Sandra Várez
Directora de Comunicación de la Fundación Pablo VI