Roma, Aula del Sínodo, Jueves 5 de octubre de 2017
A los participantes en la Asamblea General de los Miembros de la Pontificia Academia de la Vida
Hay quienes incluso hablan de egolatría, es decir, de una verdadera adoración del ego, en cuyas aras se sacrifica todo, incluyendo los afectos más queridos. Esta perspectiva no es inofensiva: dibuja un sujeto que se mira constantemente en el espejo, hasta que llega a ser incapaz de volver sus ojos a los demás y al mundo (…)
No se trata, por supuesto, de negar o reducir la legitimidad de la aspiración individual a la calidad de vida y la importancia de los recursos económicos y de los medios técnicos que pueden favorecerla. Sin embargo, no se puede pasar por alto el materialismo sin prejuicios que caracteriza la alianza entre la economía y la técnica y que trata la vida como un recurso para ser explotado o descartado en función del poder y el beneficio.
Desafortunadamente, hombres, mujeres y niños de todo el mundo experimentan con amargura y tristeza las promesas ilusorias de este materialismo tecnocrático. También porque, en contradicción con la propaganda de un bienestar que se propagaría automáticamente con la expansión del mercado, lo que se expande, en cambio, son los territorios de la pobreza y el conflicto, del descarte y el abandono, del resentimiento y la desesperación. Un auténtico progreso científico y tecnológico debería inspirar políticas más humanas.