A las ocho de la tarde suelo estar leyendo. O trasteando con la tablet. Es el rato en que ya tengo resueltos los deberes más importantes del día. Al cabo de un rato mi mujer y yo tomamos algo con una cervecita, vemos la tele y damos por terminado el día. A esa hora que decía, a las ocho, es cuando se oye de repente un rumor y empiezan los aplausos. Poco después, a eso de las ocho y cinco, un vecino conecta un altavoz y pone la versión moderna del "Resistiré". La verdad es que está muy lograda y todavía no me ha cansado. Todavía…
De todo esto me quiero parar en una cosa: en los aplausos. La hermana de mi mujer es enfermera, ahora en excedencia; es ella la que ha cuidado de nuestra hija mientras mi mujer y yo, médicos los dos, superábamos en casa la infección por coronavirus. Ninguno de nosotros -sanitarios los tres- teníamos experiencia de nadie que nos hubiera aplaudido por hacer nuestro trabajo. Alguna vez hemos tenido que lidiar con algún paciente o con algún pariente exigente o sobrepasado por las circunstancias. Muchas otras nos han obsequiado con vino de la tierra, bombones, unas galletas o un libro. Pero nunca nos habían aplaudido. Y ahora resulta que llegan los aplausos cuando estamos en casa superando la infección, mientras el frente de batalla o el epicentro de la pandemia está distante y nosotros confinados en casa. Y una vez superado el COVID-19 y reincorporados donde nos han indicado, los aplausos de las ocho han seguido.
Esos aplausos y, en general, cualquier minuto de gloria me hacen recelar. Una recomendación evangélica es que los que hacen su trabajo no deben esperar premios extraordinarios, sino que su actitud debe ser la de decir -y sentir- que "somos simples servidores, no hemos hecho más que cumplir con nuestro deber". Cuidado con los premios, ¡también con los merecidos! En esta línea, don Quijote aconsejaba: "Llaneza, muchacho, no te encumbres, que toda afectación es mala".
No sé si llevamos demasiado tiempo de demasiado protagonismo. Si pensamos que nuestro sitio es una merecida primera plana corremos el riesgo de olvidar o dejar de aprender todo lo que estos meses nos han aportado porque lo hemos vivido. Tenemos que recordar que es muy importante guardar la distancia social al salir a hacer deporte y que hay que ponerse la mascarilla quirúrgica y, en algunos casos, incluso una FPP2. Pero habrá muchas otras cosas que hemos podido palpar y se nos pueden olvidar por desinterés o descuido.
El tiempo y el silencio facilitan la reflexión. Así que, en estos meses, me he podido mirar a mí mismo y he podido mirar el entorno. Los médicos, los sanitarios en general, somos una muestra de lo que es la sociedad. Quizá con un sesgo positivo de altruismo: sigo pensando que todavía hay jóvenes que se plantean ser médicos para poder ayudar. O quizás con un sesgo negativo de ambición: siempre habrá médicos que han puesto su prioridad en ganar dinero, en el prestigio...
Como decía, me he mirado a mí mismo y he mirado el entorno y he podido contemplar cómo hemos reaccionado los médicos a la pandemia. No ha sido una reacción uniforme sino, al contrario, muy variada. En el fondo, pienso que cada uno ha reaccionado como es, pero en unas circunstancias extremas que hacen que aflore lo mejor y lo peor.
Mi intención es mostrar unos perfiles, unos arquetipos de profesionales que he podido contemplar en el ámbito médico en esta pandemia. Para presentarlos prefiero emplear un trazo grueso. De este modo se evidencian mejor las características, se extreman las diferencias. Pero también se comete una cierta injusticia en la valoración. Doy por hecho que estos perfiles se pueden extrapolar a todo el personal sanitario y creo que también, en cierta medida, a muchos otros profesionales.
- Médicos heroicos. Los hay y hay que dar muchas gracias de que sea así. Y hay muchos que lo son y no lo saben. Son profesionales abnegados que, si ven una necesidad, se entregan. Y han entregado más, a veces mucho más, de lo que en justicia les correspondía. Ahí están los que han ampliado turnos sin pedir libranzas, los que han entrado en zona sucia con lo que había porque había que entrar, porque había enfermos que atender, los que han dejado su casa para seguir trabajando y evitar riesgos a su familia. Y muchos otros.
- Médicos normales, buenos y muy buenos que han hecho lo que han podido. Creo que son una gran mayoría. Cada uno en su sitio o en el que le ha tocado estar, que a veces no era el suyo. En ocasiones atendiendo una enfermedad que no conocían, apartados de su zona de confort. Asumiendo los riesgos de infección y las incomodidades como algo propio del momento, sin buscarlos y sin rehuirlos. Haciendo su trabajo con profesionalidad.
- Médicos que han buscado su minuto de gloria. Nos ha tocado movernos en un escenario desconocido, donde cualquier planificación era provisional y en el que los más veteranos miden su experiencia en semanas. Aun así, ha habido profesionales mesiánicos que no han dudado en dejarse ver y en mostrar que ellos eran una buena referencia, que ellos sí que entendían lo que pasaba y sí que sabían pilotar la nave y definir el norte en medio la tormenta. Los demás no tenían evidencia en qué apoyarse, ellos sí. Los demás miraban el futuro con incertidumbre, ellos lo preveían con claridad. Mientras las sociedades científicas se mostraban cautas, ellos no han tenido empacho en marcar pautas y dibujar algoritmos, en definir cuáles son los tratamientos eficaces y cuáles son los perfiles de paciente en que hay que emplearlos, en seleccionar quiénes tenían derecho a luchar y a cuáles se les debía negar esa posibilidad. Estos profesionales han vivido su minuto de gloria con una seguridad aparente que, en el fondo, es la misma inseguridad de todos, pero revestida de su autoestima.
- Médicos asustados. El miedo a la pandemia ha podido con ellos. A veces el miedo ha sido al propio contagio. A veces ha sido a contagiar a la familia. A veces, sencillamente, algo tan elemental como el miedo a lo desconocido y el miedo a la muerte. No han conseguido el equilibrio entre precaución y vida; tal vez ni siquiera han podido buscarlo. Una parte de la realidad les ha impedido ver el resto. La prevención es necesaria, tanto la social como la individual. Pero la seguridad completa es un mito. El riesgo en la población normal y sana existe. Pero se dispara en poblaciones de riesgo... que no era su caso. Es cierto que el miedo es libre: es un animal salvaje muy difícil de domesticar. Pero el miedo atenaza y puede hacer que profesionales capaces se bloqueen, busquen excusas para desaparecer, se escondan, huyan…
- Médicos emboscados. Con la pandemia se recomendó el teletrabajo, como una manera limitar la estancia en los centros de trabajo y, así, hacer que los profesionales asumiéramos menos riesgos. También, con ese motivo, se favorecieron turnos que permitían estar más tiempo en el domicilio. Y en muchas especialidades, sobre todo las quirúrgicas y aquellas con técnicas especiales de más riesgo, la actividad se ha reducido drásticamente. Para algunos esta falta de carga asistencial y el sistema de turnos han sido una manera de desaparecer y mantener el sueldo. Y el teletrabajo se ha transformado, de manera paradójica, en un teledescanso programado.
Seguro que hay muchos más perfiles y cientos de matices que no he captado. E, independientemente de cuál haya sido nuestra conducta, de que nos veamos reflejados o no en estas categorías, las ocho de la tarde puede ser buen momento, a la hora de los aplausos, para que cada uno de nosotros se anime a contemplar cómo ha vivido este tiempo. Y ojalá podamos tener esa cierta inquietud y ese momento de lucidez que nos lleve a preguntarnos "¿qué he aprendido?", en concreto en este tiempo de pandemia. Y que no nos falte a cada uno la valentía de reflexionar con honestidad y de darse a sí mismo una respuesta.
Álvaro Sanz Rubiales
Sección de Oncología Médica
Hospital Universitario del Río Hortega (Valladolid)