Ficha del libro: Agustín Domingo Moratalla, Del hombre carnal al hombre digital.
Vitaminas para una ciudadanía global. TEELL, Valencia 2021, 240 págs.
Agustín Domingo Moratalla, catedrático de filosofía moral y política de la universidad de Valencia, presenta en este volumen una recopilación ordenada y revisada de artículos publicados fundamentalmente en el blog entreparentesis, cuyo objetivo era la reflexión y el diálogo en diferentes ámbitos sociales. De ahí, como el lector comprobará, la permanente referencia a la actualidad, a los desenlaces del momento concreto y cómo se apuntan señales que van en diferentes sentidos. Un blog es un género literario nuevo, con sus particularidades, que permite hacer catas cercanas al ensayo periodístico con gran libertad. Y el tema, por otro lado, requiere de esta espontaneidad y frescura: la digitalización de la realidad, el tan citado cambio de paradigma social y político, la alteración del orden social, educativo, sanitario.
Lo primero es agradecer que un hombre de su dedicación se preocupe por lo que está ocurriendo en el mundo y busque conectar su saber específico con la dinámica social. Podríamos pensar ingenuamente que es lo común y darlo por sentado, pero muchas veces no se percibe este interés. Sin embargo, en el caso de Agustín se nota la preocupación y se hacen presentes los desafíos de la cultura digital, en tantas ocasiones asumidas acríticamente, por modas o necesidades creadas, por el deslumbramiento que domestica el marketing y la fuerza de la masa. Este esfuerzo sincrónico deja ver dos cuestiones que conviene indicar desde el inicio: por un lado, la certeza observación de los aspectos positivos y negativos de las técnicas, que provienen del desarrollo científico, diferenciando bien lo que es un avance en el conocimiento y lo que sería su recepción ética, moral y social; por otro lado, el permanente interrogante acerca del lugar en el que queda la persona en la configuración tecnificada del mundo.
Todos somos conscientes, en mayor o menor medida, del ritmo vertiginoso con el que se han incorporado al mundo laboral tecnologías de la información, de la comunicación y del trabajo. Con la pandemia se han acentuado muy notablemente, siendo facilitadoras, cuando no directamente sustituciones de procesos humanos y sociales analógicos. Agustín hace aquí una reflexión muy sincrónica a toda esta recepción con la prudencia y distancia que le caracteriza. No se trata, por tanto, de preguntarse por las enormes posibilidades que se ofrecen en su desarrollo con una orientación humanista y ética, sino de cómo la ética ilumina esta puesta en marcha en la sociedad (de carne y hueso) y cuáles son sus consecuencias.
De este modo, la articulación temática del libro se organiza en varios núcleos, todos ellos de rabiosa actualidad y muy dinámicos: el cambio generacional, la juventud, la educación y la innovación educativa, la política y los retos políticos, la bioética y la salud digital, la inteligencia artificial, las religiones y la ecología social.
La filosofía, en la revolución industrial, giró hacia la ética social y al compromiso colectivo en la organización política y distributiva del momento
En anteriores trabajos el autor ya exploraba en sus análisis cuestiones antropológicas de frontera, que se van alterando y moviendo con una facilidad pasmosa, como si presas del seguimiento continuo de novedades e innovaciones no nos diéramos cuenta del impacto que están teniendo. Especialmente relevantes son sus estudios sobre ecología integral y de bioética, siempre conectados con la antropología fundamental cristiana. Porque lo que está en cuestión, de un modo más o menos claro, es el modelo de ser humano, de persona que ejercitamos cívicamente y en todos nuestros ámbitos y dimensiones. De ahí la amplísima variedad de conexiones que puede establecer.
Tal y como aparece en el libro, se pueden estudiar las constantes que se van repitiendo, con las preguntas fundamentales. La más importante, de un modo u otro presentada, está en la diferencia de medios y fines. ¿Para qué queremos tanto, dónde nos conduce, qué ilumina y muestra, y qué oculta, oscurece, pierde?
La filosofía, en la revolución industrial, giró hacia la ética social y al compromiso colectivo en la organización política y distributiva del momento. Las nuevas posibilidades de entonces obligaron, de un modo u otro, a abandonar el pensamiento de salón y salir a las calles, para pegarse a la historia del momento. Con más o menos acierto, el interrogante recayó sobre la posesión de los medios de producción y, en lo antropológico, con una categoría de raigambre tomista, en torno a la alienación, la división, la desconexión de la humanidad consigo misma. Estas dos preguntas se repiten en el libro de Agustín con dos desplazamientos, propios del paradigma digital y de los desenlaces del siglo XX.
La primera investigación ya no se centra solo en los medios, cuyo análisis es propio de especialistas, sino en los fines. ¿Quién o quiénes dominan los fines hacia los que se orienta el desarrollo de la tecnología, su distribución en las sociedades, especialmente entre los jóvenes, la educación, la política o la organización social?
El segundo énfasis, con categorías contemporáneas, se puede expresar como la necesidad de desconexión, como el mismo autor explica. Lo cual podría ser explorado en dos direcciones. Por un lado, sobre la necesaria conexión de la persona consigo misma, en la que entraría como algo esencial para recorrer ese camino, no dado naturalmente, algo en lo que Agustín se reitera con urgencia: el silencio frente al olvido de sí, la distracción. Por otro, dada la permanente conectividad, sería curiosamente la desconexión de todo lo demás que altera permanentemente el ritmo de la vida ordinaria a base de notificaciones y llamadas de atención, para ser capaces de concentrarse, centrarse, desarrollarse coherente y plenamente. En este segundo punto Agustín recupera para la educación el modelo que ofrece pedagógicamente el ajedrez, con su riqueza potencial, muy revalorada. Algo que deberíamos tener en mucho más en cuenta.
Siguiendo la línea argumental, sabiendo que son artículos bien escritos y cuidados, lo más interesante del libro sería continuar, a partir de él, las alteraciones que provoca la tecnología. Frente a un discurso ampliamente posibilista, con una narrativa en ocasiones casi apocalíptica y en otras como si se tratara de diseñar un mundo sin problemas e infinito, Agustín se mantiene en una posición de sabiduría prudente.
Teniendo presente que todo esto que llamamos “tecnología” es un producto realmente humano, la palabra digital se ha quedado actualmente corta. No hace referencia meramente al “dedo”, sino, como el mismo autor investiga, a la configuración de la información, la aproximación mediada a la realidad a través de la inteligencia y el entendimiento, con su impacto y reconfiguración de lo humano. ¿Estará cambiando hasta el cerebro? Ya damos por supuesto que la arquitectura debe ser distinta a la que tenemos actualmente, por no hablar del mundo del trabajo. ¿También la política, también el asociacionismo, también la solidaridad? Nada parece ajeno a su desarrollo y todo parece quedar involucrado. ¿Todo? ¿Incluso la religión queda metamorfoseada en el siglo en el que hemos extendido el uso de internet, el móvil y los portátiles?
En estas páginas, más allá de la literatura y los relatos y estudios que todo lo justifican, Agustín se adentra también en mínimas descripciones de la sociedad en la que vivimos y sus preocupaciones. ¿No hubiera sido distinto todo si el humus sobre el que llueve tanto desarrollo fuera distinto? De la mano del análisis de la posmodernidad, de lo líquido, la tecnología omnipresente parece disolver y fragmentar aún más la relevancia de la carne, del encuentro, de eso humano problemático, y a la vez misterioso, que es su encarnación en el espacio, el tiempo, la cultura, la naturaleza. Especialmente relevante es la mirada antropológica integral del libro, que no prescinde en sus consideraciones de la amplitud de lo humano y sus múltiples dimensiones: cuerpo, inteligencia, afectos, relaciones, admiración, tensión, asociación.
¿Cómo seguir siendo personas y hacer brillar la humanidad en su bondad en estos nuevos espacios y con estos nuevos instrumentos?
Dos últimas consideraciones y un reto final para el autor, que seguro que encuentra comunidades de compañeros y alumnos con quienes seguir trabajando lo ya iniciado. Por un lado, qué se entiende hoy por ocio y cómo se vive. No solo entre los jóvenes. Está claro que una de las líneas fuerza de la tecnología es la reserva de tiempo liberado del mundo de la producción y del trabajo. ¿Cómo influye esto hoy sobre la configuración del sujeto, en lo que clásicamente se entiende como praxis? ¿Cuáles son los accesos que tiene, desde la sensibilidad, el sujeto moderno para acceder a la realidad tan mediada por ventanas digitales? Por otro, el fenómeno de la globalización bajo las claves éticas de la fractura, la frontera, la división, la desigualdad, la polarización. Términos que se repiten y reiteran, a los que parece que no atendemos suficientemente.
En cierto modo, la sociedad hoy es “producto” en su configuración de las herramientas digitales que utilizamos y de cómo somos capaces, o incapaces, de afrontar críticamente sus retos. De ahí que, ojalá, el profesor avance con sus trabajos y publicaciones. La principal cuestión abierta sería, a mi entender, la siguiente: ¿Cuáles son las alteraciones principales que sobrevienen con la irrupción tecnológica? ¿Cómo seguir siendo personas y hacer brillar la humanidad en su bondad en estos nuevos espacios y con estos nuevos instrumentos?
José Fernando Juan Santos
Profesor de Religión y Filosofía
Colegio Amorós (Marianistas Carabanchel)
Colaborador de iMision, Vida Nueva, Revista 21