Ficha del libro: Julio Martínez. Por una política del Bien Común
Ediciones BAC. Biblioteca de Autores Cristianos, 2022
“Sin bien común no hay sociedad”. Así de tajante se muestra el autor de este libro. Y añade: “Invocar el bien común es reclamar el bien que, desde Aristóteles, ha ido teniendo la ética en cuenta: el mismo que la ética moderna, desde su paradigma de la subjetividad, ha venido relegando y ensombreciendo”.
Somos muchos los que consideramos que “el comportamiento político predominante ha dado demasiadas muestras de democracia formal e insustancial, juego partidista y respuestas meramente tecnocráticas, con manifestaciones más que abundantes de vacío de liderazgo moral para generar relatos ilusionantes, visibilizar el espíritu que nos une y movilizar la energía de las personas a favor del bien común” (p. 326). De ahí que, en unos tiempos en los que incluso “la misma identidad humana está puesta en cuestión”, sea tan oportuna la convocatoria que, con energía y convicción, el jesuita español Julio Martínez nos lanza con esta obra.
El libro se incardina claramente en el ámbito de la Doctrina Social de la Iglesia (DSI) que, no lo olvidemos nunca, es un saber eminentemente inter y transdisciplinar, en el que tienen cabida, entre otras, disciplinas tales como la Filosofía Moral, la Antropología, la Bioética, la Historia, la Economía, la Ecología, la Teología, la Sociología y la Ciencia Política. Del tratamiento que muchos autores hacen de la DSI se podría decir aquello de demasiada nostalgia, demasiada opinión, demasiadas ausencias: no se puede decir lo mismo de la obra que nos ofrece el Prof. Martínez, catedrático de teología moral en la Universidad Pontificia Comillas (Madrid), que nos presenta una reflexión lúcida en clave profética.
El libro se estructura en una presentación, ocho capítulos, un balance general y una bibliografía final. Presenta un lenguaje académico, pero no academicista; una fundamentación rigurosa y actualizada; un contenido que hace pie en la historia del pensamiento occidental, pero que no huye de los asuntos de la actualidad (eso sí, sin caer en lo anecdótico). Incluso cuando aborda algunas cuestiones espinosas, como cuando analiza lo que está sucediendo en Cataluña en los últimos años (págs. 358 a 380), su pensamiento está expresado de manera armónica y con una prosa elegante. En resumidas cuentas, tenemos hondura, criterio, coherencia y aplicación práctica; elementos todos ellos que hacen de este libro una lectura indispensable.
A lo largo de sus páginas aparecen muchas razones para apostar por el bien común frente a las lógicas utilitaristas y tecnocráticas hoy dominantes, así como frente a un cosmopolitismo etéreo sin raíces; también frente a planteamientos neoliberales y populistas (de derechas o izquierdas, tanto da, populismo, a fin de cuentas) o efervescencias nacionalistas. Encontramos en ellas un enfoque certero del bien común, con plena consistencia para erigirse en criterio con el que pensar y practicar la política. De la misma manera, aportan un marco adecuado para pensar la economía que queremos, en plena metamorfosis por obra y gracia de una era tecnológica tan potente como ambivalente. Y aunque maneja la teoría como el maestro que es, el producto que Julio Martínez ofrece a los lectores sirve para reflexionar sobre qué actividades en concreto contribuyen al bien común y cómo se pueden incentivar.
A lo largo de sus páginas aparecen muchas razones para apostar por el bien común frente a las lógicas utilitaristas y tecnocráticas hoy dominantes.
Hagamos un breve recorrido por los ocho capítulos. En el primero se presentan los contextos actuales para pensar el bien común: desarrollo tecnológico amplio y acelerado, el mal momento de la política, la necesidad de redefinir el progreso… Echando mano de una cita de Benedicto XVI en su encíclica Cáritas in veritate (“la cuestión social se ha convertido radicalmente en una cuestión antropológica”, n. 75) y recordando que todo modelo político refleja siempre el modelo de persona en el que se cree, el autor sostiene con énfasis que en la actualidad es urgente pensar el trasfondo antropológico de nuestras acciones. Igual énfasis pone a la hora de afirmar que sólo una antropología relacional puede dar fundamento y marco al bien común, permitiéndonos superar las falsas dialécticas de los últimos siglos.
Particularmente certera me parece su insistencia en que “no hay política honesta sin personas honestas que la ejerzan (…) Es preciso cultivar las virtudes personales y públicas como sustrato para hacer la democracia sostenible” (p. 57). Es una idea en la que yo mismo vengo trabajando en los últimos años en mi campo de especialización, la Bioética, sobre todo a partir de la pandemia (el lector interesado puede asomarse a mi libro Bioética en tiempos del COVID-19).
Evidentemente, cada uno piensa y escribe desde un territorio determinado, que normalmente marca y condiciona. Así ocurre también en la obra que nos ocupa. Julio Martínez está preocupado -con razón- por la situación política y social de España, la tierra que lo vio nacer y en la que trabaja. Esto se refleja en muchos momentos de su exposición, ya desde este primer capítulo, del que quiero destacar el siguiente pensamiento: “En la Transición fuimos capaces de perdonarnos, de reconciliarnos, de programar unidos la España del futuro en un horizonte del bien común. ¿Por qué dejar que nos infecte el virus de una polarización crispante que impide tender la mano y dialogar con los que piensan diferente? La memoria viva de ese legado de lo mejor de nuestra historia debería permitirnos seguir construyendo juntos como pueblo un proyecto digno de futuro” (p. 72). Esta particularidad, con todo, no anula la pretensión de universalidad de la obra e incluso, me atrevo a decir, que la refuerza, puesto que debemos caminar de lo local a lo global y de lo global a lo local, en un ejercicio fecundo de retroalimentación.
El capítulo segundo tiene como objetivo examinar la relación que con la idea de bien común han sostenido y sostienen las dos grandes corrientes del pensamiento político de los últimos dos siglos: el liberalismo y el socialismo. Del liberalismo dice claramente, ya desde el mismo título del epígrafe, que “no tiene entre sus categorías filosóficas el concepto de bien común, lo cual no quiere decir que los autores liberales no lo nombren, sino que no es en la filosofía liberal una categoría medular y su uso se da en ella de forma esporádica y de modo, sobre todo, retórico” (p. 81).
En cuanto al socialismo democrático, considera el autor que los populismos de izquierda le han puesto muy difícil generar respuestas creativamente fieles a su tradición, ciertamente asentada en los derechos sociales como sustancia misma de la vida social. Considera que en su visión de las cosas queda muy mermada la participación ciudadana y de las entidades de la sociedad civil, una participación que es un ingrediente básico de la idea de bien común. Y también denuncia la alianza de la socialdemocracia con el utilitarismo; una alianza cuando menos peligrosa, como la pandemia ha evidenciado (aunque, en su opinión, haya que huir de los maximalismos en la crítica al utilitarismo, algo que yo no tengo tan claro).
“Un marco filosófico para ubicar la política del bien común”: así se titula el capítulo tercero. Nuestro autor parte de la consideración de que la política del bien común ve inseparable libertad individual y participación activa en la vida de la comunidad política a través de la sociedad civil. Y entiende que las instituciones públicas son absolutamente necesarias e incluso imprescindibles, pero no para sustituir lo que las familias y los cuerpos intermedios de la sociedad pueden llevar adelante, según el principio de la ordenación subsidiaria (p. 135).
Son unas páginas muy trabajadas, por las que desfilan autores tan importantes como Aristóteles, Platón, San Agustín, Santo Tomás de Aquino, Charles Taylor, Habermas, Murray, Michael Sandel y muchos otros, con un objetivo absolutamente claro: despertar y cultivar la adhesión de los ciudadanos a la idea (y a las prácticas) del bien común, para lo cual se precisan lazos de pertenencia y raíces de índole cultural-moral-espiritual. Dejando claro que, “si dilapidamos el patrimonio común que nos sostiene, por importantes que hayan sido los logros del pasado, quedamos en la ruina” (p. 174). Creo que aquí radica una idea básica en el actual contexto del movimiento woke, el revisionismo histórico y la vuelta a actitudes inquisitoriales de esa izquierda radical que se autoproclama como democrática, pacífica y garante del progreso moral de la humanidad.
Son unas páginas muy trabajadas, por las que desfilan autores tan importantes como Aristóteles, Platón, San Agustín, Santo Tomás de Aquino, Charles Taylor, Habermas, Murray, Michael Sandel y muchos otros.
Finaliza este capítulo con el apartado titulado “la ética del cuidado y su dimensión política”, consciente, junto a muchos otros autores entre los que me incluyo modestamente, de que debemos aprovechar el tirón de la pandemia para ahondar sobre la riqueza inagotable de esta categoría, llamada a recibir aún más impulso y a jugar un papel capital fundamental en las relaciones interpersonales y sociales: “Hoy ha llegado el momento de trabajar ya y con eficacia por ciudades que pongan en el centro el cuidado de la gente” (p. 191). Ya se ha iniciado todo un movimiento en torno al lema ciudades que cuidan, ciudades compasivas, si bien no con la velocidad y empeño que a uno le gustaría.
Llegamos así al ecuador de la obra. El capítulo cuarto está dedicado a examinar el bien común en la doctrina social de la Iglesia. Es un capítulo amplio (pp. 195-270), más analítico que histórico, del cual quisiera destacar las líneas finales: “No es posible vivir con ilusión en lo cotidiano sin horizontes grandes -incluso infinitos- que nos motiven y movilicen, pero al mismo tiempo solo es posible tener proyectos grandes y llevarlos a cabo actuando sobre cosas mínimas, en apariencia insignificantes. Así se conecta uno con las fuentes de la esperanza donde habita el bien común y no se cae en la desesperación por la desproporción entre desafíos y fuerzas para afrontarlos”.
No puedo estar más de acuerdo con las consideraciones del profesor Martínez cuando, a propósito del libro de Michael Sandel La tiranía del mérito. ¿Qué ha sido del bien común?, afirma que parece “como si el bien común fuera un buen ariete para fustigar a los liberales, pero que, tras su efecto crítico, no tuviese mayor incidencia en el desarrollo de la filosofía política, quedando diluido en otros temas diversos que se tratan”. De esta manera tan provocativa (y totalmente certera) da inicio al capítulo quinto, en el va a examinar la revitalización comunitarista y popular del bien común en el magisterio del papa Francisco, quien la lleva a cabo a través de la teología del pueblo. Nuestro autor, consciente de que la encíclica Fratelli tutti (FT) es la gran síntesis del pensamiento de Francisco al respecto, aborda la cuestión desde ella.
“Hablar del bien común remite al pueblo y hablar de pueblo convoca al bien común”: mejor resumen, imposible. Y, echando mano de Matthias Nebel, prosigue el profesor comillense señalando las preguntas fundamentales del bien común: “¿Qué es lo que queremos llegar a ser como pueblo? ¿Qué es lo que valoramos todos? ¿Cómo lo alcanzamos? Estas preguntas son las que denotan dinámicas de bien común. Son también estas las preguntas fundamentales de toda política. Son concretas. Nos obligan a ser realistas y pragmáticos. Implican un ejercicio valorativo y una coordinación práctica. Pero, sobre todo, abren un imaginario colectivo” (p. 273).
Son muchas las ideas que pudiéramos destacar de este capítulo, pero el espacio de esta recensión está ya muy mermado y todavía nos quedan tres capítulos de los que, al menos, debemos decir una palabra. No me resisto, con todo, a recoger dos alusiones que Julio Martínez hace a sendos números de FT, concretamente al 169 en la p. 314 y al 109 en la p. 329, porque me parecen sobresalientes.
Como sabemos, el lema del despotismo ilustrado era “Todo para el pueblo, pero sin el pueblo”. Pues bien, como subraya Martínez, el papa Francisco rechaza con contundencia las políticas sociales concebidas como una política hacia los pobres, pero nunca con los pobres, nunca de los pobres… unas políticas que, como argentino informado, conoce a las mil maravillas.
La segunda de las alusiones se refiere a que, si la sociedad se rige primariamente por los criterios de la libertad de mercado y de la eficiencia, no hay lugar en ella para las personas con discapacidad, para las que nacieron en un hogar extremadamente pobre, para las que crecieron con una educación de baja calidad y con escasas posibilidades de curar adecuadamente sus enfermedades, y, por consiguiente, la fraternidad no será más que una expresión romántica.
El capítulo sexto ahonda en esa idea de construir pueblo, una tarea a la que, según nuestro autor, con el que concuerdo plenamente, “la Iglesia tiene una palabra muy valiosa e indispensable que pronunciar junto a un testimonio de vida que dar” (p. 347). Nos recuerda los cuatro principios que propone el papa Francisco para la construcción de un pueblo: el tiempo es superior al espacio, la unidad prevalece sobre el conflicto, la realidad es más importante que la idea y el todo es superior a la parte. Lo más novedoso y significativo, no sé si lo más logrado, son las páginas que dedica a un ejercicio de aplicación de esos principios: lo que está pasando en Cataluña.
El núcleo del capítulo séptimo se centra en la presencia de la religión y de la fe en la sociedad democrática y pluralista, un tema sobre el que el jesuita español ha trabajado mucho ya desde su tesis doctoral (una investigación minuciosa, profunda y creativa -la primera de habla hispana- sobre uno de los pensadores católicos norteamericanos más influyentes del siglo XX, J. C. Murray, cuya influencia resultaría fundamental en el debate y en la resolución del tema de la libertad religiosa en el Concilio Vaticano II). Sólo destaco una afirmación: “La defensa nítida del derecho de la Iglesia católica a avanzar su visión en el debate público no es defensa de cualquier modo de proceder (…) la presencia en el foro de la política pública de la teología cristiana no debe ser ni sectaria ni acomodaticia” (p. 412). Lástima que quienes están más necesitados de estas páginas en el seno del catolicismo, seguramente ni se asomen a ellas.
Comparto la convicción de que la formación de líderes y servidores públicos competentes es clave para el futuro, un asunto en el que la Fundación Pablo VI está muy implicada. Una idea a la que el profesor Martínez dedica el último capítulo de su obra, con un título, en mi opinión, muy sugerente: la educación como bien común y la educación por el bien común. Son dos aspectos no siempre suficiente y adecuadamente analizados en trabajos como el que estamos comentando, a pesar de resultar cruciales cuando de bien común se está hablando. Si bien el autor dedica a este capítulo solamente 51 páginas, probablemente por una cuestión meramente coyuntural, son más que suficientes para ofrecer un ramillete de reflexiones y recomendaciones bien interesantes.
Hago tan un par de apuntes. La necesidad de los clásicos -de las humanidades- para una educación como bien común y por el bien común. Estamos llamados a contagiar esperanza y abrir horizontes a nuestros estudiantes, es más, debemos procurar contagiarles alegría (algo muy bergogliano, a nadie se le escapa). Y todo ello dentro de las coordenadas que nos proporcionan la Agenda 2030 (afirmación que levantará ampollas a más de un neocón/teocón) y la propuesta de la ecología integral del papa Francisco.
Llegamos así al final del libro y también, por consiguiente, de esta recensión, en la que he tratado de presentar con espíritu crítico el pensamiento de Julio Martínez expresado en el mismo. Créanme si les digo que mi trabajo no es más que una simple cata, que sólo les he aproximado al contenido del libro; por lo que cabe decir, sin retórica de ningún tipo, que de todo eso -y mucho más- va este libro. En apretado resumen cabría señalar que este libro va de contribuir a construir ese liderazgo moral tan urgente y necesario para nuestro mundo que sirva, repitiendo unas palabras ya recogidas al inicio de nuestra recensión, para generar relatos ilusionantes, visibilizar el espíritu que nos une y movilizar la energía de las personas a favor del bien común.
Por eso no resulta extraño el párrafo final de la obra: “Este es un libro sobre el bien en un mundo y en un tiempo en el que se han agudizado los males. Elijo el bien en la esperanza de que tiene sentido entregarse a mejorar las cosas. No es una elección ingenua, sino nutrida por mi fe en Jesucristo y su singular humanidad, que pasó por la vida haciendo el bien y convirtió debilidad y adversidades en fuerza humanizante y transformadora de amor salvador”.
Prof. Dr. José Ramón Amor Pan
Director académico de la Fundación Pablo VI
Madrid, España
Esta reseña está publicada originalmente en el volumen 20 (2) de Journal Ethics, Economics & Common Goods, correspondiente a los meses de julio-diciembre 2023, páginas 91 a 96. Por su interés para nuestra disciplina, con el permiso de la directora de la revista, la reproducimos para nuestros lectores.