Alister McGrath. El diálogo entre la teologia y las ciencias naturales
Editorial Sal Terrae. Madrid 2019, 272 págs.
En Bioética llevamos hablando de interdisciplinariedad desde el momento mismo del nacimiento de nuestra disciplina, no hay más que leer el libro de Van Rensselaer Potter, Bioethics: a bridge to the future del que está a punto de cumplirse el medio siglo desde su publicación (1971). Las primeras décadas del desarrollo de nuestra disciplina fueron modélicas en cuanto a los esfuerzos realizados por hacer realidad ese desiderátum. Al menos esa es mi percepción.
Sin embargo, con la irrupción en la escena mundial de lo que ha venido en llamarse el “nuevo ateísmo”, los representantes religiosos y los teólogos de profesión empezaron a considerarse como invitados incómodos y, hasta cierto punto, indebidos.
En este sentido, resulta paradigmática la afirmación que realizan cuatro presidentes de Colegios Médicos (Las Palmas, Vizcaya, Madrid y Tarragona) en un reciente artículo publicado en El País (28 de enero de 2020) a propósito de la eutanasia. Al hablar de los argumentos morales o confesionales (sic), escriben: “Son los de mayor peso específico, pero no los que se manifiestan habitualmente. Solo los líderes espirituales exponen este argumento sin ambages. Como ha hecho la Conferencia Episcopal en un documento que excede a su papel espiritual al abordar complejas situaciones técnicas”. Pocas veces he visto tantas tonterías escritas en tan poco espacio.
La memoria se me fue rápidamente al siglo XIX, concretamente al año 1891, cuando el Papa León XIII publicó su encíclica Rerum novarum sobre la compleja situación social, económica y política del momento (proletariado, jornadas laborales interminables, trabajo de los niños, crecimiento urbano, barrios miserables en las ciudades, lucha de clases, marxismo, capitalismo, etc.), y a las fuertes críticas que recibió por dicho texto. Se argüía que estas cuestiones no pertenecen a la tarea de la Iglesia: se lamentaba que el Papa abandonase el terreno espiritual y se enfangase con problemas tan materiales y profanos. A veces parece que no hemos avanzado nada.
El diálogo entre la Teología y las Ciencias Naturales
El objetivo declarado de este libro (p. 11) es ayudar a que tanto los teólogos como los científicos integren sus ideas en un todo más rico que les permita tener una visión estereoscópica de un mundo complejo formado por abundantes texturas. Tanto las ciencias como la teología por sí solas corren el riesgo de ofrecernos una explicación limitada y deficiente del mundo, carente de todo sentido de profundidad”.
Alister McGrath (Belfast, 1953) es Doctor por la Universidad de Oxford en Biofísica Molecular (1978), en Teología (2001) y en Letras (2013). En esa misma universidad ejerce como profesor de Ciencia y Religión, ocupando la Cátedra Andreas Idreos. Es sacerdote anglicano.
Importa ver la sucesión de los hechos en la biografía de nuestro autor: primero fue científico y luego llegó a ser hombre de fe. Que no se recata en confesar públicamente: “Como muchas personas en la década de 1960, crecí pensando que la ciencia estaba en guerra con la fe religiosa (…) Esperaba con seguridad que la ciencia respondería a todas mis preguntas. Y de no responderlas, el problema sería de las preguntas. El ateísmo me parecía la única opción intelectual viable para un científico que piensa, como era yo (…) me di cuenta -para sorpresa y fastidio- de que el cristianismo daba mucho más sentido a las cosas que el ateísmo” (p. 9).
De eso va este libro. De diálogo y reflexión compartida. De lo importante que es apreciar lo profundamente humano que es buscar una perspectiva global o un gran relato de la vida que incluya nuestro lugar en el universo. “Muchos de los que niegan tener teorías o creencias sobre la vida -como los representantes del nuevo ateísmo- resultan tener, de hecho, implícitas opiniones teóricas o creencias adoptadas que son simplemente tratadas como verdades evidentes por sí mismas que, por tanto, no requieren justificación alguna. Una de las motivaciones de la ira dirigida por algunos nuevos ateos contra sus muchos críticos es que el proceso de crítica ha puesto de manifiesto la vulnerabilidad de sus creencias fundamentales, que trataron, de manera imprudente, como hechos” (pp. 20-21).
Un diálogo que es posible porque “uno de los más importantes puntos comunes entre las ciencias naturales y la teología cristiana es la convicción fundamental de que el mundo está caracterizado por la regularidad y la inteligibilidad” (p. 28). Esta es una de las razones, añade nuestro autor, por las que la Filosofía de la Ciencia ha abandonado el positivismo radical de comienzos del siglo XX, que solo los ignorantes siguen manteniendo de manera simplista. “El error del cientificismo no reside en sobrevalorar una forma de conocimiento, sino en escindir esa forma del resto del pensamiento, considerándola como el vencedor que puede prescindir de todo lo demás” (p. 38).
Enriquecimiento mediante la integración de los múltiples niveles de la realidad
Como escribe el profesor McGrath, “lo realmente importante es constatar que ninguna historia, ninguna perspectiva o tradición de investigación es adecuada para abordar la existencia humana en toda su riqueza y complejidad” (p. 44).
Por esa razón concluye: “Todos necesitamos un relato global para dar sentido al mundo y a nuestra vida, entretejiendo, lógicamente, los varios relatos y mapas que nos dan la mayor comprensión posible de la realidad (…) Para habitar nuestro mundo de forma auténtica y con sentido necesitamos la mejor imagen de él y de nosotros mismos que podamos concebir. Este libro explora ese gran cuadro, marco o imagen y el modo en que esas grandes tradiciones de pensamiento [se refiere a una teología sólida y una ciencia bien fundamentada] pueden engranar recíprocamente de manera fecunda y responsable” (pp. 45-46).
Las últimas líneas de la obra son un resumen atinado de todo su contenido: “La cultura occidental toda está cautivada por el mito, largamente desacreditado, de la guerra perpetua entre la ciencia y la religión. El medio más eficaz para desafiar esta ideología obsoleta no es refutarla histórica o argumentativamente, sino demostrar que pueden ser reunidas y mantenidas juntas con integridad por los científicos investigadores en activo. Aunque he escrito este libro principalmente para animar a todos los lectores a asimilar esta visión más rica de la realidad, el desafío mayor es conseguir que se grabe en la imaginación de nuestra cultura. Los teólogos con formación científica pueden hacer mucho al respecto, pero los más indicados son los científicos con formación teológica. Ellos constituyen a la vez el público previsto y el resultado buscado en este libro” (p. 265).
Hay que decir que el libro cumple a la perfección la finalidad expuesta. Por ello mismo, es un libro importante, oportuno y muy recomendable. Hay que agradecer a la Cátedra “Francisco José Ayala de Ciencia, Tecnología y Religión” de la Universidad Pontificia Comillas, a la Editorial Sal Terrae y a la Fundación John Templeton que lo pongan a disposición del público español, con una magnífica traducción a cargo de José Pérez Escobar.
Una Bioética que parte del asombro, imbuida de humildad y diálogo
Potter escribía poco antes de morir: “La HUMILDAD es la consecuencia característica para seguir la afirmación puedo estar equivocado, y exige RESPONSABILIDAD para aprender de la experiencia y del conocimiento disponible (...) Desde el comienzo, he considerado la Bioética como el nombre de una nueva disciplina que cambiaría el conocimiento y la reflexión. La Bioética debería ser vista como un enfoque cibernético de la BÚSQUEDA CONTINUA DE LA SABIDURÍA, la que yo he definido como el conocimiento de cómo usar el conocimiento para la supervivencia humana y para mejorar la condición humana. En conclusión, les pido que piensen en la Bioética como una nueva ética científica que combina la humildad, la responsabilidad y la COMPETENCIA, que es INTERDISCIPLINARIA e INTERCULTURAL, y que INTENSIFICA EL SENTIDO DE LA HUMANIDAD”.
Y el Papa Juan Pablo II, en el centenario de la muerte de Mendel, afirmó: “¿Tendrá el hombre la capacidad de utilizar las maravillosas conquistas de esta rama de la ciencia, iniciada en el huertecito de Brno, al servicio exclusivo del hombre? El hombre comienza hoy a tener en sus manos el poder de controlar su propia evolución. La mesura y los efectos, buenos o no, de este control dependerán no tanto de su ciencia sino más bien de su sabiduría”.
Estamos ante una obra rigurosa, tanto en los fundamentos como en los contenidos, que exige una lectura reposada, estudio y análisis también por parte de quienes nos dedicamos específicamente a la Bioética. No perderemos el tiempo ni las energías empleadas. Y más con la que está cayendo en nuestro contexto cultural, con unos debates sobre las grandes cuestiones de la vida totalmente mediocres y empobrecidos.
José Ramón Amor Pan
Coordinador Observatorio Bioética y Ciencia Fundación Pablo VI