John Marks Templeton – Kenneth Seeman Giniger (eds.), Evolución espiritual.
Sal Terrae. Santander 2019, 197 págs.
Día seis de confinamiento en casa a causa del COVID-19. Os propongo la lectura de este libro: yo lo he leído esta semana y me ha hecho mucho bien. Estaba ahí, pendiente de lectura, ahogado por las urgencias cotidianas, buscando su momento: y lo encontró, ¡vaya si lo encontró!
Se lee con gusto, no es un texto abstracto sobre el diálogo entre la ciencia y la religión sino que tiene un carácter autobiográfico, experiencial. Por momentos, delicioso. El subtítulo ya indica de qué va el libro: diez científicos escriben sobre su fe. Ninguno del ámbito hispano, una lástima. Ahí va la lista:
- Charles Birch (1918-2009), australiano, anglicano, catedrático de Ecología de la Universidad de Sidney.
- S. Jocelyn Bell Burnell (1943), cuáquera, británica, física y astrónoma, descubrió con Anthony Hewish los púlsares.
- Larry Dossey (1940), norteamericano, educado como evangélico fundamentalista, no pertenece a ninguna organización religiosa en concreto, médico internista, fue Jefe de Personal del Medical City Dallas Hospital.
- Owen Gingerich (1930), norteamericano, menonita, fue catedrático de Astronomía e Historia de las Ciencia en Harvard.
- Peter E. Hodgson (1928-2008), británico, de padre anglicano y madre católica fue educado en esta última confesión, dirigió el Grupo de Física Nuclear de la Universidad de Oxford.
- Stanley L. Jaki (1924-2009), sacerdote benedictino, hizo su tesis doctoral en Física bajo la dirección del Dr. Hess, el descubridor de los rayos cósmicos y Premio Nobel de Física. Fue catedrático de Historia y Filosofía de la Ciencia en la Universidad de Seton Hall (EE.UU.).
- Arthur Peacocke (1924-2006), británico, bioquímico físico en la Universidad de Oxford y más tarde teólogo y sacerdote anglicano.
- John Polkinghorne (1930), británico, catedrático de Física Matemática en Cambridge, cerca de cumplir los 50 años decidió renunciar a su cátedra y preparase para su ordenación como sacerdote anglicano.
- Russell Stannard (1931), británico, anglicano, catedrático de Física en la Open University de Reino Unido.
- Carl Friedrich von Weizsäcker (1912-2008), alemán, luterano, físico, fue catedrático de la Max Planck Gesellschaft.
La obra va mucho más allá del carácter testimonial, no es apologética, contribuye a conocer y entender la historia intelectual de las últimas décadas y muestra de manera práctica que Ciencia y religión no están enfrentadas más que en la cabeza de algunos.
Para su correcta ponderación hay que tener en cuenta que el original inglés se publicó en 1998, y solo ahora ve la luz en nuestro país gracias a una subvención de la Fundación John Templeton para traducir varias obras de su catálogo y ponerlas a disposición del público de habla hispana.
Escribe uno de los autores: “Especialmente irritante me resultaba la insistencia de algunos de los científicos más importantes en que la ciencia debía ser moralmente neutra (…) Algunos afirmaban que su única responsabilidad consistía en investigar la naturaleza; cómo usaran los políticos sus hallazgos no era asunto suyo. Este argumento me chocó entonces, al igual que lo hace ahora, no solo como ética y moralmente perverso, sino también -elijo las palabras con sumo cuidado- como una auténtica locura (…) La ciencia sola no era una panacea para la humanidad. A menos que fuera complementada por otra visión más elevada, su reclamación de lealtad resultaba hueca” (pág. 49).
Un poco más adelante dice este mismo autor: “De hecho, la medicina clínica es un buen antídoto para el orgullo desmedido y la arrogancia que a menudo infectan la ciencia. Como dijo el difunto médico Lewis Thomas, director de investigación del instituto oncológico Sloan-Kettering, el descubrimiento más importante del siglo XX es la ignorancia humana. Como médico, he visto aparecer y desaparecer numerosas terapias, todas ellas proclamadas, al presentarlas por primera vez, como el tratamiento definitivo. Además, la historia de la medicina está repleta de una variedad de teorías sobre la causa de las enfermedades, todas las cuales fueron fervorosamente tenidas en su día por la palabra concluyente” (pág. 52).
Otro de los colaboradores de este pequeño libro -en tamaño, que no en importancia- escribe lo siguiente: “En el núcleo de las cosas habita un misterio que no solo requiere que todos los datos sean reunidos, sin descartar ninguno, sino que también exige la más intensa aplicación de la mente y del corazón y de la voluntad para entenderlos“ (pág. 159).
Palabras todas ellas valiosas y fecundas en circunstancias normales, pero que lo son todavía más en la excepcional coyuntura por la que la Humanidad está atravesando a causa del COVID-19. Porque para afrontar sabiamente los retos del presente, y sobre todo los del futuro a medio plazo, se torna indispensable fomentar una cultura del encuentro, del diálogo y de la virtud, empezando por la humildad y la templanza.
José Ramón Amor Pan
Coordinador observatorio Bioética y Ciencia
Fundación Pablo VI