El caso de Alfie Evans, un bebé inglés que padecía una enfermedad neurodegenerativa progresiva y que estaba siendo tratado en el Alder Hey Hospital, desde noviembre de 2016, vuelve a replantearnos el difícil dilema sobre cómo debe actuarse (y cuál es la mejor solución) ante diagnósticos como el de este pequeño que ha terminado con su fatal desenlace.